Invierno del 406. El Rhin, un día amaneció congelado, el limes que defendía a Roma de los bárbaros, de los otros, dejo de ser la frontera decretada por Augusto, ésa que durante casi cinco siglos cuidaron las legiones durante el mandato de 70 emperadores para pasar a ser un puente plateado hacia la anhelada ‘pax romana’.
Cientos de miles de familias cansadas de hambre, guerra y peste dieron primero un paso, luego otro y comenzaron a caminar hacia su sueño.
Verano de 1099, Pierre de Amiens, llamado ‘el ermitaño’ desde el monte de los Olivos exigió a los cruzados soldados saquear Jerusalem y aniquilar a los desarmados, musulmanes, judíos, mujeres y niños, prometiendo la entrada al Paraíso por tales acciones.
Cuatro años antes, lideró a miles de cristianos pobres que, al grito de ‘Deus le volt’, emprendieron la marcha hacia Tierra Santa. Desarmados, fueron masacrados por los selyúcidas de Rūm, en las llanuras de Civitot.
Caminaban hacia la promesa del reino de los cielos.
Hoy, miles de salvadoreños, hondureños y guatemaltecos caminan hacia la “tierra de los libres y el hogar de los valientes”, dicen que allí los aguarda como faro una mujer con una antorcha que alumbra y proclama:
“Una poderosa mujer con una antorcha cuya llama
es el relámpago aprisionado, y su nombre
Madre de los Desterrados. Desde el faro de su mano
brilla la bienvenida para todo el mundo…
“¡Dadme a vuestros rendidos, a vuestros pobres
Vuestras masas hacinadas anhelando respirar en libertad
El desamparado desecho de vuestras rebosantes playas
Enviadme a estos, los desamparados, sacudidos por las tempestades a mí
¡Yo elevo mi faro detrás de la puerta dorada!.”
Buscan un mañana.
Desde que nos erguimos y vimos más allá de los pastos de la sabana africana echamos a caminar hacia un horizonte.
Los pueblos, las personas, caminan.
Desde siempre, por siempre.