Los Toldos fue la ciudad que vio nacer un 7 de mayo, cien años atrás, a Eva María, hija ilegítima de un estanciero llamado Juan Duarte y la menor de cuatro hermanos que crecieron a cargo de su madre, Juana Ibarguren. La pronta muerte de su padre hizo que ya de muy pequeña conociera la pobreza y el escarnio social de ser parte de la “segunda” familia”.
La corta vida de Evita -falleció con tan solo 33 años- registra tres etapas diferenciadas: la de pueblo, durante su niñez y primera adolescencia entre General Viamonte y Junín; la de la gran ciudad cuando partió a Buenos Aires detrás del sueño de triunfar como artista; y, finalmente, la del país y el mundo cuando el destino la cruzó con Juan Domingo Perón, un verano de 1944, para convertirse, de manera meteórica, primero en la compañera y esposa del político llamado a cambiar la historia argentina a mediados del Siglo XX y luego en un emblema del pueblo, un mito que se agiganta con el paso del tiempo.
Octubre de 1945 trajo consigo dos hechos que serían cruciales para aquella joven mujer. El 17 fue factor fundamental para la liberación de Perón de su encarcelamiento en Martín García y cinco días después, el 22, contrajeron matrimonio civil en Junín.
“Nos casamos porque nos quisimos y nos quisimos porque los dos queríamos la misma cosa. De distinta manera los dos habíamos deseado hacer lo mismo: él sabiendo bien lo que quería hacer, yo, solo por presentirlo; él, con la inteligencia, yo, con el corazón; él, preparado para la lucha, yo desprovista de todo sin saber nada”, reseñará luego Evita en un pasaje del libro “La razón de mi vida”.
Meses más tardes dejaría de ser la actriz y mujer de un militar retirado para transformarse en la esposa del presidente de la Nación, como fruto de las elecciones del el 24 de febrero de 1946.
Desde la presidencia de Perón, Evita rompió con el canon de la época para las primeras damas, colocadas en un papel cuasi decorativo, ocupadas de actividades vinculadas a la caridad o tareas protocolares y despojadas de compromiso y presencia en el gobierno de los hombres.
Evita fue otra cosa, de allí que su irrupción constituyó un torbellino que conmovió al gobierno de Perón y a la sociedad pacata de Buenos Aires, que no entendía como esa enjuta joven, que llegaba sin abolengo a las más altas esferas de la vida pública, usaba el poder con la misma o mayor determinación que los hombres políticos, tal como era lo normal hasta entonces.
No fue feminista, es más, no tenía una buena opinión del feminismo, pero sin duda hizo mucho más por los derechos de las mujeres que todo lo que hasta entonces se conocía.
No se trata de negar la tarea desarrollada por mujeres notables para modificar el rol de sus congéneres en un sociedad absolutamente machista, como fueron Alicia Moreau de Justo y Florentina Gómez Miranda, o la mismísima Victoria Ocampo, pero Evita logró desde una posición de poder y a fuerza de un descomunal empeño incorporar a la militancia política y gremial a una enorme cantidad de mujeres que hasta entonces eran espectadores de la vida pública.
Por encima de las críticas, en muchos casos anacrónicas, Eva Duarte constituyó un revulsivo que vino a cambiar la percepción de la mujer a nivel masivo, cuando todavía la sociedad argentina estaba presa de cierta moral victoriana. Allí están como muestra la sanción de la Ley de Voto Femenino y la organización del Partido Peronista Femenino.
Desde la Fundación que llevaba su nombre Evita motorizó la construcción de hospitales, escuelas, viviendas, centros recreativos y hogares para niños, mujeres y ancianos. Y también llegó a miles de hogares casi personalmente, con una mano solidaria para atender necesidades y hacer realidad derechos.
Como si íntimamente supiera que el destino le tenía deparado un paso muy breve por este mundo, lo hizo todo muy rápido, no perdía tiempo y esa vorágine en más de una ocasión pasó por alto formas y procedimientos. Sus detractores llegaron incluso a festejar sus padecimientos cuando la salud le jugaba una mala pasada y el cáncer ponía freno a su vida.
La desaparición de Evita, en junio de 1952, fue un golpe durísimo para Perón y su gobierno, porque perdió el lazo que lo unía con los más humildes, la polea de transmisión que iba y venía entre el líder y el pueblo, en una síntesis que hasta allí había funcionado con mucha eficacia. Ya nada volvería a ser lo mismo.
Sin embargo, con el transcurso del tiempo se multiplicó en miles de acciones y hechos que la convirtieron en un ser amado por la gran mayoría del pueblo y su muerte la hizo entrar definitivamente en el corazón de los más humildes.
A cien años de su nacimiento, Evita ya es de todos los argentinos y su figura ha traspasado los límites del peronismo y de la clase trabajadora. Como ella quería que la recordasen, es la Abanderada de los Humildes y es ejemplo de entrega en Argentina y en el mundo.
(*) Ex secretario Legal y Técnico de la Presidencia de la Nación. Presidente de la Asociación Amigos del Museo Histórico 17 de Octubre “Quinta San Vicente”