El presidente desconocido


Hasta no hace mucho tiempo, se consideraba a Bernardino Rivadavia como el primero de una larga lista de -hasta hoy -52 presidentes, galería que algunos historiadores elevan a 62 y en la que se incluyen desde estadistas hasta burócratas y desde leyendas hasta dictadores.

Sin embargo, el primer presidente que tuvo esta patria cuando siquiera se llamaba como hoy la conocemos no nació en lo que hoy es Argentina sino en la actual Bolivia, más precisamente en el Potosí un 15 de septiembre de 1759, llevaba por nombre Cornelio Judas Tadeo de Saavedra y Rodríguez y un 25 de mayo de 1810 asumió como titular de la Junta Provisional Gubernativa de las Provincias del Río de la Plata a nombre del Señor Don Fernando VII, cargo que mantuvo hasta que asumió la presidencia de su sucedánea la Junta Grande.

Nacido en un hogar de funcionarios reales y con fortuna, se casó primero con su prima hermana María Francisca Cabrera y Saavedra, rica viuda que le dio tres hijos y una jugosa herencia tras fallecer en 1798 y tres años más tarde contrajo segundas nupcias con María Saturnina Bárbara Otárola del Ribero, mujer infatuada y riquísma heredera de uno los hombres más acomodados de Buenos Aires.

Dedicado al cursus honorum de la administración virreynal, aparece como comandante del recién creado cuerpo de Patricios que con sus tres batallones configuraba la mayor fuerza armada de la ciudad eso a pesar de que no era militar de profesión. ¿Por qué? porque en ese entonces los oficiales elegían “a pluralidad de votos” a su comandante y oficiales, en esta elección no habrían sido ajenos Manuel Belgrano y Santiago de Liniers quienes lograron que el virrey Rafael de Sobremonte le otorgue la comandancia con el grado de teniente coronel.

Dueño de la fuerza armada local que le respondía con gran lealtad, el cincuentenario Saavedra fue consagrado como árbitro de la política local y todos los partidos buscaban arrimarlo. Ingrata y simplista, nuestra historiografía no supo rotularlo: pragmático, buscaba la separación de España y un gobierno propio pero no estaba dispuesto a subvertir el orden social. Realista, aceptaba que Inglaterra era un factor de poder pero desconfiaba de ella al punto que en una carta a Juan José Viamonte mencionó a Castelli, Vieytes, French, Beruti y como “afectísimos a la dominación inglesa”. “No dudemos ni olvidemos”, advirtió.

Moderado y prudente, tras el fracaso de la asonada de Álzaga, buscó calmar a los que buscaban deponer al virrey Cisneros y recomendó esperar al triunfo de Napoleón: “Paisanos y señores, aún no es tiempo; […] dejen que las brevas maduren y entonces las comeremos”. .

Tras los sucesos de mayo, la Junta publicó una instrucción sobre algunos aspectos del ceremonial, una demostración de la importancia que daba a los símbolos del poder. En ella se disponía que “las armas harán a la Junta los mismos honores que a los señores Virreyes y en las funciones de tabla, se guardará con ella el mismo ceremonial” y que el presidente de ella conservará “en su sola persona el tratamiento de excelencia y los demás signos exteriores de distinción que habían ostentado los virreyes, como coches, lacayos, edecanes, escolta, honores militares en las guardias y cuarteles y asientos de preferencia en las concurrencias y funciones públicas.”

La disputa entre ruptura y continuidad del orden social se concentró en las figuras de Saavedra y Mariano Moreno y tuvo varias arenas de lucha como ser en la incorporación de los diputados de los pueblos del interior a la junta o en la creación de nuevos regimientos para erosionar el monopolio de los fusiles que tenía Saavedra pero si hubo un lugar donde se manifestó claramente fue en la enemistad entre sus esposas.

Tras la incorporación de los diputados del interior, Moreno, derrotado, acepta viajar a Londres a buscar apoyo para el movimiento revolucionario. “Me voy, pero la cola que dejo será larga”, se despide y vaticina “No sé qué cosa funesta se me anuncia en mi viaje”.

“Su último accidente fue precipitado por la administración de un emético que el capitán de la embarcación le suministró imprudentemente y sin nuestro conocimiento”, narrará Manuel, su hermano quien agregará su frase póstuma: “¡Viva mi patria aunque yo perezca!”. Al enterarse de la muerte de Moreno, dicen que Saavedra dijo: “Hacía falta tanta agua para apagar tanto fuego…”

Con la muerte de Moreno el camino se mostraba despejado y fue en ese momento en que se descubrió que Saavedra, el patriota era mejor moderando a Moreno, el revolucionario que gobernando. A partir de ese funesto 1811 la desgracia se cebaría con el potosino que en carta a Viamonte se quejaba de que “¿Consiste la felicidad en adoptar la más grosera e impolítica democracia? ¿Consiste en que los hombres impunemente hagan lo que su capricho e interés les sugieren? ¿Consiste en atropellar a todo europeo, apoderarse de sus bienes, matarlo, acabarlo y exterminarlo? ¿Consiste en llevar adelante el sistema de terror que principió a asomar? ¿Consiste en la libertad de religión y en decir con toda franqueza me cago en Dios y hago lo que quiero?”

Sin embargo, el morenismo resurge en forma de la Sociedad Patriótica dirigida por Bernardo de Monteagudo y aparecen planes para deponer a Saavedra de la mano del regimiento La Estrella comandado por French. Una oportuna delación y una manifestación de “crecido pueblo” compuesta por los orilleros de Joaquín Campana y Tomás Grigera abortó el plan, hizo renunciar a Vieytes, Rodríguez Peña, Miguel de Azcuénaga y Juan Larrea quienes junto con French y Beruti fueron “extrañados”. Fue el canto del cisne de Saavedra.

Las armas porteñas comenzaron a conocer la derrota: Montevideo atacó Buenos Aires y destruyó su módica flotilla en San Nicolás; Belgrano fue derrotado en Tacuarí y en el norte Huaqui sería conocido como “el desastre”. Para colmo, una carta de Saavedra a Viamonte fue interceptada por el realista Goyeneche quien junto al virrey Abascal y el comandante de Montevideo, José María Salazar, la distorsionaron para enviarla a Madrid para “imponer a su alteza del plan de los revolucionarios.”

Tras Huaqui, Saavedra decidió ponerse al mando de la Expedición Auxiliadora a las Provincias Interiores, tal el nombre del ‘Ejército del Norte’, durante el viaje llegarán a Buenos Aires noticias de la derrota y de los roles del “impío” Castelli y del modesto Balcarce cuyas detenciones fueron ordenadas por la junta al mando de Matheu.

Y así, entre rumores y conspiraciones, en Salta, a mitad de octubre de 1811, Saavedra se entera que en Buenos Aires se había constituido un Triunvirato en reemplazo de la Junta que presidía.

El Triunvirato ordena a Juan Martín de Pueyrredón que releve a Saavedra quien enviará una carta a Buenos Aires donde acata al nuevo gobierno, habla de sus sueldos como presidente y agradece “emocionadamente” el cuidado a su familia pues “sin este beneficio y protección acaso no faltaría quien haciendo alarde de su patriotismo se atreviese a insultarla”.

Ante esta situación, su regimiento de Patricios se sublevó el 6 de diciembre de 1811 para reclamar el regreso de Saavedra y la renuncia de Belgrano. El cuartel fue rodeado, hubo tiros, fusilamientos, se les cortaron las trenzas que era el símbolo de la unidad y se los condenó a diez años de servicio en la fuerza. Fue el ‘Motín de las trenzas’. Saavedra había quedado solo.

Tras la asonada, el Primer Triunvirato le ordenó a Saavedra trasladarse a San Juan, y desde allí a Mendoza. Si bien no lo detuvieron, no lo querían en la capital. En 1814 el Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata Gervasio Antonio de Posadas —uno de los desterrados de abril de 1811— ordenó su arresto por lo que huyó a Chile junto a su hijo Agustín, un niño de diez años.

La derrota de los chilenos en Rancagua puso a Saavedra en grave riesgo de caer prisionero de los realistas lo que hizo que su esposa, Saturnina Otárola, pidiera al gobernador de Cuyo asilo político en San Juan. El gobernador, José de San Martín, lo concedió

Para colmo de males, la Asamblea del Año XIII dispuso el juicio de residencia a todos aquellos que habían participado en el gobierno de las Provincias Unidas y Saavedra estuvo entre los 36 juzgados pero sin posibilidad de defenderse personalmente. El juicio terminó con una amnistía general para todos excepto para Saavedra y Campana quienes debían ser “extrañados fuera del territorio de las Provincias Unidas”.

La sentencia no llegó a cumplirse. En 1815 es llamado a Buenos Aires por el nuevo Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Carlos María de Alvear, quien ante las noticias de las conspiraciones para su destitución envió una contraorden que Saavedra jamás recibió. Ya en Buenos Aires, le recomiendan ir a la estancia de su hermano en Arrecifes.

Caído Alvear, el Cabildo ordena a que regrese a Buenos Aires y restituye sus fueros y honores. La tranquilidad duró un mes: el nuevo director Ignacio Álvarez Thomas revocó la orden del Cabildo y lo obligó ir a otra estancia de su hermano, esta vez en Arroyo de Luna.

Las quejas de Saavedra pasaron de Álvarez Thomas quien se excusó en que era una atribución del Congreso, a Pueyrredón -nuevo Director Supremo- quien dictamina que el Congreso resuelva. El Congreso dispone que resuelva el director o una comisión ad hoc la que defina. Obviamente, se crea una comisión que sesionará entre excusaciones y recusaciones, papeles y documentos que desaparecen, un obispo que intercede.

Finalmente, en abril de 1818, la comisión declara nulos y sin efecto los procedimientos de 1814 y aconseja que se lo repusiera en sus grados.

En el video, fragmento de La Revolución de Mayo película dirigida por Mario Gallo y estrenada en 1909. Es la primera que tuvo como protagonistas a actores profesionales

Era todo alegría hasta que Pueyrredón designó una comisión para que revise el proceso que confirmó la sentencia anterior y cuando parecía que Saavedra lograría su perdón, apareció un anónimo donde se lo acusaba de conjurador con varios diputados del Congreso de 1814. Pueyrredón devuelve el caso a la Asamblea General Constituyente quien tras una investigación dictaminó que el anónimo no era más que infundios. Finalmente, el 24 de octubre de 1818 Pueyrredón, por decreto, le devolvió los despachos de brigadier.

Al año siguiente asumió como comandante de campaña en Luján con el encargo de ejercer la policía de campaña, defender la frontera contra los ranqueles y aprovisionar al ejército directorial que invadía Santa Fe. Ese mismo año firmó una solicitud junto con otros militares al Director Supremo José Rondeau en la que reclamaban premios y distinciones por la “acción primera de nuestras armas, la acción fundamental que nos dio una patria” y en la que comparaba los sucesos del 25 de Mayo con las Termópilas. Entre los firmantes estaban Martín Rodríguez, Terrada, Pueyrredón; y Marcos y Juan Ramón Balcarce. No era la primera vez que reclamaba: antes de mayo de 1810 pidió a Cisneros una recompensa por haber impedido la asonada de Álzaga de 1809.

En 1820 fue efímero ministro de Guerra del efímero gobierno de Juan Ramón Balcarce y, tras su caída, se exilió en Montevideo desde donde regresó en octubre de 1821 luego que Martín Rodríguez sancionara la ‘Ley del Olvido’. Instalado en la estancia de Arrecifes autobiografía Memoria autógrafa.

En 1822 pidió el retiro del Ejército lo que derivó en dos esperables reclamos administrativos de dinero, beneficios y reconocimientos que fueron, como siempre, denegados.

En 1828, ofreció sus servicios en la guerra contra el Imperio del Brasil los que fueron agradecidos pero no tomados en cuenta debido a su edad.

Cornelio Judas Tadeo de Saavedra y Rodríguez falleció en Buenos Aires a las ocho de la noche del domingo 29 de marzo de 1829. El 16 de diciembre de 1829, ocho días después de asumir el gobierno, Juan Manuel de Rosas decretó la creación de un monumento en el cementerio de la Recoleta donde descansaban sus restos y que se deposite su Memoria autógrafa en la Biblioteca Pública.

“El primer comandante de Patricios, el primer presidente de un gobierno patrio, pudo sólo quedar olvidado en su fallecimiento por las circunstancias calamitosas en que el país se hallaba; pero después que ellas han terminado, sería una ingratitud negar al ciudadano tan eminente el tributo de honor debido a su mérito y a una vida ilustrada con tantas virtudes que supo consagrar entera al servicio de la patria”, consideraba.