La noche del 29 de julio de 1966 es conocida como ‘La Noche de los Bastones Largos’. En esa ocasión, la Dirección General de Orden Urbano de la Policía Federal Argentina desalojó cinco facultades de la Universidad de Buenos Aires (UBA) ocupadas por estudiantes, profesores y graduados que se oponían a la intervención de las universidades y la derogación de los principios reformistas de autonomía y cogobierno.Gobernaba la Argentina el general Juan Carlos Onganía que había asaltado el poder unas semanas antes y derrocado al radical Arturo Illia.
En su golpe de Estado tuvo activa participación el sindicalismo peronista que asistió de gala a la asunción del dictador.”Para mí, éste es un movimiento simpático porque se acortó una situación que ya no podía continuar. Cada argentino sentía eso. Onganía puso término a una etapa de verdadera corrupción. Illia había detenido al país queriendo imponerle estructuras del año mil ochocientos, cuando nace el demoliberalismo burgués, atomizando a los partidos políticos.
Si el nuevo gobierno procede bien, triunfará”.”Simpatizo con el movimiento militar porque el nuevo gobierno puso coto a una situación catastrófica. Como argentino hubiera apoyado a todo hombre que pusiera fin a la corrupción del Gobierno Illia. La corrupción, como el pescado, empezó por la cabeza. Illia usó fraude, trampas, proscripciones; interpretó que la política era juego con ventaja; y en política, como en la vida, todo jugador fullero va a parar a Villa Devoto”, declaró Juan Domingo Perón desde la España de Franco al periodista Tomás Eloy Martínez.
Fue la policía de ese mismo movimiento la que tras irrumpir en las facultades armó una doble fila por la cual pasaron los docentes y estudiantes para ser apaleados sistemáticamente.”¿Cómo se atreve a cometer este atropello? Todavía soy el decano”, increpó el titular de Ciencias Exactas, Rolando García, a un vigilante que por toda respuesta le encajó un bastonazo. Sangrante, García repite su pregunta y el milico vuelve a azotarlo.
El saldo fue de 400 detenidos, y destrucción de bibliotecas y laboratorios. Enseguida comenzaron a llover renuncias y cesantías que se contaron por centenares. Emigraron 301 profesores de los cuales 215 eran científicos y se desguazaron equipos como el que armó a Clementina, la primera computadora de América Latina, los 70 miembros del Instituto de Cálculo de Ciencias Exactas o el Instituto de Radiación Cósmica.Entre los profesores e investigadores afectados se encontraban Adolfo Rafael Chamorro, Sergio Bagú, Félix González Bonorino, Risieri Frondizi, Rolando García, Tulio Halperín Donghi, Amílcar Herrera, Pablo Miguel Jacovkis, Eugenia Kalnay, Gregorio Klimovsky, Catherine Gattegno de Cesarsky, Telma Reca, Juan G. Roederer, Manuel Sadosky y Mariana Weissmann.
Muchos señalan que esta noche significó el inicio de una era de oscurantismo y decadencia de la cual Argentina aún no se recupera.Al día siguiente, Warren Ambrose, víctima del atropello y profesor de matemáticas en el Instituto Tecnológico de Massachusetts y en la UBA escribió en una carta al New York Times: “No tengo conocimiento de que se haya ofrecido ninguna explicación por este comportamiento. Parece simplemente reflejar el odio del actual gobierno por los universitarios, odio para mí incomprensible, ya que a mi juicio constituyen un magnífico grupo, que han estado tratando de construir una atmósfera universitaria similar a la de las universidades norteamericanas.
Esta conducta del gobierno, a mi juicio, va a retrasar seriamente el desarrollo del país, por muchas razones, entre las que se encuentra el hecho de que muchos de los mejores profesores se van a ir del país.”