Desde que se decretó la cuarentena obligatoria fueron varios los clubes que se sumaron a ayudar y/o pusieron sus instalaciones a disposición para hacerle frente al coronavirus. El Club Temperley no se quedó atrás y gracias a una iniciativa conjunta con el Municipio de Lomas, abrió sus puertas para que las personas en situación de calle pudieran cumplir con el aislamiento social. Hoy son 40 los hombres que se alojan en la sede social. Nicolás Furrer es uno de ellos y contó su historia a Info Región.
Nicolás tiene 28 años y durante 14 años su casa fue la calle. A los 14 trabajaba con su hermano transportando ganado, pero tuvo que dejar de trabajar por lastimarse la espalda. Vivía con su madre y luego de pelearse con ella, quedó en situación de calle. Fueron años duros y para mantenerse se las ingeniaba haciendo changas o cuidando autos, pero algo cambió su destino: conoció el Centro Barrial Tinku, de Llavallol.
Es un espacio que funciona asistiendo a personas en situación de calle, que cumple también la función de centro de día para adolescentes y jóvenes, y de hogar de noche para adultos. “Por vivir en mi mundo pasaba, me bañaba, lavaba la ropa y me iba, pero después empece a quedarme a la noche y veía cómo algunos compañeros cambiaban y pensaba: Yo quiero ser así, pero tenía que cambiar las manías que traía de la calle”, explicó.
Las cosas buenas tardaron pero finalmente llegaron para Nicolás. En Tinku empezó a ser asistido por psicólogos y a sentirse mejor. También pudo tratar sus adicciones. Además, hace un año encontró el amor y tiene una hija de tres meses con su pareja. Ellas ahora se encuentran en un paradero pasando la cuarentena. “Yo tengo una hija con una chica que conocí en la calle, y por ellas me propuse empezar a cambiar”, aseguró. “Tengo ganas de darles un abrazo y decirles que las amo con todo mi corazón”, admitió Nicolás.
Se instaló en Tinku hace cuatro meses, se dejó ayudar y hace un tiempo que tiene un nuevo rol. Es parte del equipo de colaboradores que acompañan a quienes llegan de la calle en busca de contención. Por eso, en esta oportunidad llegó al Club Temperley para enseñar todo aquello que él pudo aprender: “Me trajeron al club como un ayudante para cocinar, limpiar pero principalmente para que los chicos salgan de esa rutina de la calle”, explicó.
Él los “ayuda” para que estén “activos todo el día”, y principalmente, desde el lado humano. “Dándoles una ayuda, como una palabra, un consejo, un abrazo, prestándoles el oído, que para ellos eso es fundamental”, explicó a este medio. “En la calle nunca te frenan y te preguntan qué te pasa, ni hablás con nadie del tema del consumo”, apuntó
Las actividades en el club
¿Cómo es el día a día en el club? Nicolás precisó que tienen a disposición tanto el gimnasio como la cancha de básquet -que es donde duermen-, la de fútbol y también la tribuna. Hay varios libros disponibles, entonces algunos optan por leer, mientras otros se bañan, toman sol o juegan a las cartas ¿Y lo mejor? Para “muchos” estar en el club significó tener la oportunidad de aprender a leer y escribir. “Hay mucha gente que no sabía escribir y ahora escriben una carta o hasta un poema. Te escriben un poema porque aprendieron a escribir”, planteó, emocionado.
Los que no sabían leer, agarraban los libros y miraban los dibujos. “No querían aprender, entonces yo les decía ´pero leelo y aprendé´, y les preguntaba ¿qué letra es esta? Después empezaron a escribir sus nombres y el nombre de sus mamás, entre otras cosas”, recordó. “Ahora escriben”, celebró.
Ahora pueden mandar mensajes a sus familiares “solos”. Ya lo hacen sin ayuda y no tienen la necesidad de recurrir a nadie para contarles a sus familias cómo están. Otros se animaron a firmar por primera vez. “Escriben y se descargan un poco”, analizó.
El día a día
Otro de los aspectos de la convivencia que dio a conocer Nicolás fue el inicio del “diálogo”. “Está bueno hablar las cosas, porque en la calle no suele haber diálogo y así se sienten más acompañados”, reflexionó. También comentó cómo cambiaron varios al empezar a hablar sobre las cosas que les pasan. “Acá hay compañerismo y en la calle no”, resaltó.
Muchos cambiaron su actitud y hasta empezaron a colaborar con los quehaceres domésticos, a barrer el patio o a juntar la mesa. Porque en la calle, según Nicolás, uno se encierra en su mundo y no se deja ayudar; en cambio, luego casi un mes de convivencia, comenzaron a “conectarse” con el otro. Se sientan y se cuentan las cosas que les pasan. “El diálogo cambia el ambiente. A veces son dos minutos pero esos dos minutos te cambian una banda”, resaltó.
No todo es aprendizaje, diálogo y risas. “El día a día lo tenés que luchar con vos mismo y con los demás. Hay algunos que se quieren ir, pero es cuestión de sentarte y preguntarles qué es lo que quieren hacer, las puertas están abiertas y nadie esta obligado a quedarse”, explicó Nicolás, y precisó que “se van por un rato pero después vuelven porque se dan cuenta que no tienen ningún lado a donde ir”.
Aunque Nicolás tiene 14 años de experiencia en la calle y sabe lo que se siente, él sólo hace cuatro meses que se alejó de esta realidad. Pero sigue tratándose con especialistas y asegura que es un trabajo diario y hay días “nublados”. Sin embargo, desde su experiencia, intenta ayudar a los demás para cambiar un poco sus realidades. “Yo no me creo el más piola ni más que nadie, yo soy chiquitito, solamente trato de ayudar como me ayudaron a mí”, concluyó.