25 de julio de 1753
En la ciudad francesa de Niort, en el viejo Poitou, nace Jacques Antoine Marie de Liniers et Bremond, el segundo hijo de Jacques Joseph Louis de Liniers conde de Liniers y señor de Grand-Breuil, La Vallée, Cran y Chaban, y de Henriette Thérèse de Brémond d’Ars.
El recién nacido vivirá sus mejores días como Santiago Antonio María de Liniers y Bremond. Para nosotros será, simplemente, Liniers.
Educado en el seno de esa pequeña nobleza provinciana que no tenía más salidas que el clero o las armas, se apuntó en el regimiento de Royal-Piémont donde llegó a subteniente de caballería. La derrota francesa en la guerra de los Siete Años que obligó a achicar el ejército lo empujó a optar por ampararse en el tercer Pacto de Familia firmado por los Borbones de ambos lados del Pirineo que permitía a los franceses sumarse a las armas españolas en igualdad de derechos y obligaciones.
Ya en España, en 1765 ingresó en la escuela militar de la Orden de San Juan, donde, después de tres años, egresó con la cruz de caballero de Malta, comenzando así una carrera militar ascendente al compás de los numerosos conflictos que enfrentaba la corona.
En 1769 se suma a la armada española, donde participó en la expedición contra Argel, tras la cual, y con el grado de alférez, participó del patrullaje naval del Mediterráneo hasta que el 3 de noviembre de 1776, partió desde Cádiz hacia el Plata como parte de la escuadra al mando de Pedro de Ceballos, primer virrey de estas tierras, junto a quien tomó la isla brasileña de Santa Catalina y reconquistó la Colonia del Sacramento.
En la guerra franco-hispana contra Inglaterra fue ascendido por su acción en la conquista de Menorca, participó del ataque a Gibraltar y logró los galones de capitán de fragata tras capturar un corsario inglés.
En 1783 se casó en Málaga con Juana Úrsula de Menvielle con quien tuvo un hijo: Luis. En 1788 regresó al Plata con su familia, su esposa murió en 1790 y, un año después, contrajo un nuevo enlace con María Martina de Sarratea y Altolaguirre.
Ya capitán de navío y jefe de la escuadrilla española en Montevideo, en 1802 fue designado gobernador interino de las Misiones de guaraníes y tapes hasta 1804. Tras esa designación y en el viaje de regreso. su esposa falleció durante el parto de su hija a quien llamaron María de los Dolores de la Cruz Concepción. A los pocos días murió otra de sus hijas: Francisca de Paula quien sólo tenía dos años. Quedaba viudo con seis guríes: María del Carmen, José Atanasio, Santiago Tomás, Mariano Tomás, Juan de Dios, y Martín Inocencio.
Defensa y Reconquista
En 1804 el virrey Rafael de Sobremonte lo designó jefe de la estación naval de Buenos Aires y, luego, fue desplazado hacia la Ensenada de Barragán. Allí, en 1806, fue testigo del paso de la flota británica que, comandada por Home Popham, enfilaba a Buenos Aires, tras lo cual dio aviso a la capital. Tomada Buenos Aires y con Sobremonte rumbo a Córdoba, pide a las nuevas autoridades inglesas permiso para visitar la ciudad donde contacta con Martín de Álzaga para organizar la resistencia.
Ya en Montevideo, el gobernador Pascual Ruiz Huidobro lo proveyó de armas, municiones y una escuadrilla de botes con los cuales al frente de 1600 hombres, se traslada hacia Colonia donde se reúne con el capitán de fragata Juan Gutiérrez de la Concha junto a quien arriba al Tigre el 4 de agosto.
Pese a que los ingleses habían derrotado a un contingente de leales que los reforzarían, el 12 de agosto atacó Buenos Aires y obligó a su gobernador, William Carr Beresford a rendirse. La ciudad reconquistada vio en el francés a un héroe y un cabildo abierto lo designó gobernador militar en reemplazo de Sobremonte quien, prudente, prefirió pasar a la Banda Oriental donde el cabildo de Montevideo tampoco admitió su autoridad y logró impedir que entre a la ciudad.
El gobierno del francés se dedicó a organizar la defensa contra la previsible nueva invasión. Para eso, ordenó una leva que dio origen a una decena de regimientos. Algunos agrupados por el lugar de origen de los peninsulares, otros por el de los criollos – como los de Patricios y Arribeños-, unos por castas y, otros por oficios. 8.000 hombres para defender Buenos Aires.
En enero de 1807, las fuerzas inglesas desembarcan cerca de Montevideo, derrotan a Sobremonte y tomanm Montevideo. Ante esta situación, Liniers que estaba en Colonia al frente de una fuerza de auxilio regresa a Buenos Aires donde la Real Audiencia lo nombró como virrey interino por orden real el ser el oficial de mayor rango.
En julio, más de diez mil soldados británicos desembarcaron en Quilmes e iniciaron su avance sobre Buenos Aires. En los corrales de Miserere, Liniers fue derrotado por la vanguardia del general John Whitelocke por lo cual el virrey ofreció capitular. Sin embargo, en la ciudad Martín de Álzaga, se negó a aceptarla y decidió resistir. Whitelocke dejó que Liniers regrese a Buenos Aires y demoró su entrada por tres días que fueron aprovechados por Liniers y Álzaga para fortificarla y organizar la resistencia.
El 5 de julio se inició el ingreso de las fuerzas inglesas separadas en columnas que fueron derrotadas una por una antes de llegar al fuerte, sede del poder. En unas horas los invasores fueron derrotados, por lo cual se rindieron y, posteriormente, devolvieron Montevideo.
La Mata Hari del Plata
12 de agosto de 1806, Liniers marcha al frente de su columna por la vieja calle de San Nicolás cuando a sus pies cayó un pañuelo bordado y perfumado. Victorios, maduro y dos veces viudo, recogió el pañuelo y saludó a su dueña: Anne Perichon, la ‘Perichona’.
Al poco tiempo, Liniers vivió abiertamente con ella, “cuya elegancia estrepitosa daba realce a su belleza, ardiente y volcánica“, como diría Paul Groussac de esta mujer a la que el virrey interino llamaba ‘la petaquita’.
La Perichona fue de lo más parecido a una Mata Hari que tuvo el PLata. Informante de franceses, ingleses y portugueses, su casa era el centro de todas las intrigas y trapisondas de la época colonial, un “almacén y depósito de innumerables negociaciones fraudulentas; la que abrió huellas al extranjero para posesionarse de la ciudad e imponernos el dominio británico en las comarcas rioplatenses; la que ha servido de hospedaje y refugio a los verdaderos espías”, escribiría Álzaga.
Pese a que estaba casada con un O’Gorman, el virrey mantuvo una relación que era “el escándalo del pueblo, no sale sin escolta, tiene guardia en su casa, emplea las tropas del servicio en las labores de su hacienda de campo”, se escandalizaba Álzaga. Sumemos a esto que la primogénita del virrey, María del Carmen, se casó con Juan Bautista, el hermano de la ‘Petaquita’.
Confirmado Liniers por mandato real como virrey, comenzaron a llover las denuncias de nepotismo, cohecho y peculado que se matizaban con los escándalos de alcoba. Pronto a todos los sainetes de aldea se sumaría una torpeza diplomática mayúscula.
En agosto de 1808 recibió al marqués de Sasseney, un enviado de Napoleón Bonaparte, que buscaba que llos cabildos de Indias reconocieran a José Bonaparte como rey de España. Pese a que en público, Liniers lo rechazó, se encontraron nuevamente en privado, tras lo cual el virrey emitió una proclama instando a los habitantes a no tomar partido en el conflicto de la metrópoli.
A consecuencia, el gobernador de Montevideo, general Francisco Javier de Elío, creó una junta rebelde que decretó el derecho de cada ciudad a gobernarse por sí misma, una insurrección que Liniers no se atrevió a aplastar. Mientras que en Buenos Aires, el cabildo y Álzaga al grito de “¡Abajo el francés Liniers!” intentaron crear una junta de autogobierno que asumiera el poder vacante. El 1 de enero de 1809 estalló la ‘asonada de Álzaga’ y Liniers, renunció. Sólo las bayonetas de los Patricios comandados por Cornelio Saavedra lo apoyaron, conjuraron el motín y desterraron a Álzaga a Carmen de Patagones.
Conde de Buenos Aires
Mientras tanto, allende la mar océana y ajena a estos sucesos, la “Junta Suprema Gubernativa del Reino” decidía “premiar debidamente los sobresalientes méritos que ha contraído el mariscal de campo don Santiago Liniers, mientras ha estado en Buenos Aires de Virrey y Capitán General, se ha servido concederle, en nombre del Rey nuestro señor don Fernando VII, la gracia de título de Castilla, libre de lanzas para sus hijos, herederos y sucesiones”, estipulaba la real cédula.
“Y siendo esta la recompensa mas lisonjera que yo podía esperar de un Gobierno justo y paternal, no puede mi gratitud dejar de comunicarlo á V. S., con la advertencia de que por decreto de este día he tomado el título de Conde de Buenos Aires, en tanto S. M. no se digne resolver otra cosa”, respondió el virrey, quien a l elegir el título de “conde de Buenos Aires” sumó un nuevo agravio hacia el cabildo porteño que se opuso al sostener tal título ofendía los privilegios de la ciudad que al haber sido declarada “muy noble y muy leal” no podía ser sede de un título patrimonial.
Para enmendar el error, Liniers pidió el cambio de nombre del título que pasó a ser ‘conde de la Lealtad’.
Arcabuceados dónde se encuentren
Semejante declaración no conmovió a los españoles de la Junta Suprema Central que custodiaban los derechos del Fernando VII, el Deseado, preso VIP de los franceses. La nacionalidad francesa de Liniers y su facilidad para amontonar quejas y enemigos, determinaron su reemplazo por Baltasar Hidalgo de Cisneros.
Pese a algún conato de insurgencia de sectores porteños en defensa del héroe local, Cisneros -un marino laureado en Trafalgar- asumió el cargo y ordenó el traslado de Liniers a Mendoza hasta tanto pudiera zarpar rumbo a España. Sin embargo, el francés se retiró a una antigua estancia jesuítica que había comprado en la cordobesa Alta Gracia mientras preparaba su viaje. Cuando estaba pronto a partir a la península, llegaron las nuevas de Buenos Aires: ya no había virrey, ahora mandaba una junta encabezada por Saavedra.
Previsores, Saavedra, Manuel Belgrano y hasta su suegro, le escribieron informándole que la junta, en realidad, pretendía defender los derechos de Fernando VII y le pedían -palabras más, palabras menos- que fuera prescindente. Era tarde, el mismo Cisneros que lo había desplazado y desterrado lo puso al frente de la iniciativa que pretendía que el francés recuperara por tercera vez la gran aldea.
Lo acompañaban en la iniciativa su gran amigo y gobernador de la intendencia de Córdoba del Tucumán, Juan Gutiérrez de la Concha, el obispo Rodrigo de Orellana y el coronel Santiago Allende.
“… será necesario considerar como rebeldes a los causantes de tanta inquietud. Como militar estoy pronto a cumplir con mi deber. Y me ofrezco desde ya a organizar las fuerzas necesarias…. la conducta de los de Buenos Aires con la Madre Patria, en la que se halla debido el atroz usurpador Bonaparte, es igual a la de un hijo que viendo a su padre enfermo, pero de un mal del que probablemente se salvaría, lo asesina en la cama para heredarlo”, escribió Liniers.
El plan era simple. Con apoyo de Montevideo, Luis, el hijo de Liniers, traería tropas desde la Banda Oriental hacia Santa Fe, primero, para reunirse con su padre que esperaría con un millar de hombres atrincherados en Córdoba donde resistirían hasta la llegada del ejército enviado por el virrey del Perú, José Abascal, al mando del brigadier José Goyeneche y del presidente de Charcas, Vicente Nieto.
Todo salió mal, Luis fue capturado, quedó preso en Buenos Aires y con él la Junta se hizo de los planes de los insurrectos. Luis Liniers y Menvielle, murió en San Fernando en 1816.
La Primera Junta armó una “expedición de auxilio a las provincias interiores” al mando de Francisco Ortiz de Ocampo con un doble cometido: aplastar la insurrección de Córdoba y llegar al Alto Perú. Con la expedición iba un documento firmado por todos los miembros de la junta porteña excepto el clérigo Manuel Alberti y que documento ordenaba “que sean arcabuceados don Santiago Liniers, don Juan Gutiérrez de la Concha, el obispo de Córdoba, don Victorino Rodríguez, el coronel Allende y el oficial Real don Joaquín Moreno. En el momento que todos o cada uno de ellos sean pillados, sean cueles fuesen las circunstancias se ejecutará esta resolución, sin dar lugar a minutos, que proporcionasen ruegos y relaciones capaces de comprometer el cumplimiento de esta Orden y el honor de Vuestra Señoría”.
Córdoba no fue trinchera, a la primera noticia de la llegada de la expedición el desbande fue general y la deserción regla. Liniers y los responsables de la fallida contrarevolución huyeron rumbo al norte perdiendo gente a cada paso hasta que fueron capturados en la estancia Las Piedritas, en Santiago del Estero por el ayudante de campo José María Urien.
Al día siguiente Orellana fue apresado por el alférez Rojas. Ambos fueron maltratados por los soldados y Ortiz de Ocampo, su compañero de armas durante la defensa de Buenos Aires, no se animó a fusilarlos. El cabildo cordobés decidió enviarlos a Buenos Aires.
La noticia fue demoledora. Si Liniers vivo era peligroso, Liniers en Buenos Aires era una bomba de tiempo.
“…Después de tantas ofertas de energía y firmeza pillaron nuestros hombres a los malvados, pero respetaron sus galones y cagándose en las estrechísimas ordenes de la Junta, nos lo remiten presos a esta ciudad. No puede usted figurarse el compromiso que nos han puesto y si la fortuna no nos ayuda, veo vacilante nuestra fortuna por este solo hecho ¿Con qué confianza encargaremos grandes obras a hombres que se asustan de su ejecución? ¿Qué seguridad tendrá la junta en unos hombres que llaman a examen sus órdenes, y suspenden la que no les acomode? Prefiriría una derrota a la desobediencia…”, escribe Mariano Moreno a Feliciano Chiclana.
El mismo secretario le ordena a Juan José Castelli, vocal de la junta y comisario político de la expedición:“…Vaya usted y espero que no incursione en la misma debilidad que nuestro general, si todavía no se cumple la determinación tomada, ira el vocal Larrea, a quien pienso no faltará resolución, y por último iré yo mismo si fuese necesario…”
El domingo 26 de agosto, Castelli al frente de 50 húsares llegó al paraje Cabeza de Tigre, en el sur cordobés, donde estaban Liniers, Juan Gutiérrez de la Concha, el coronel de milicias Santiago de Allende, el asesor Victorino Rodríguez, el ministro de la Real Hacienda, Joaquín Moreno a quienes les informaron que tenían cuatro horas para prepararse, antes de ser arcabuceados. El obispo Antonio Orellana se salvó por su condición de religioso. A todos les ataron las manos por la espalda.
Liniers interpela al nuevo general expedicionario, Antonio González Balcarce, otro camarada de las jornadas de 1806 y 1807: “¿Qué es esto, Balcarce?”. “No sé, otro es el que manda”, respondió el militar porteño. A las 14.30 los condenados fueron conducidos a un lugar conocido como el monte de los Papagayos donde Castelli leyó la sentencia de muerte.
Liniers fue el único que se negó a que le vendasen los ojos que observaron hasta el final como a cuatro pasos, un pelotón de húsares —anónimos de la época asegura que estaba integrado por ingleses desertores— disparó sobre los condenados.
Duro hasta el fin, el francés quedó vivo y fue Domingo French -el de FrenchyBeruti- su antiguo ayudante y al que Liniers había ascendido a teniente coronel por su valor durante la reconquista de Buenos Aires, quien le descerrajó el pistoletazo de gracia en la sien.
“Los sagrados derechos del Rey y de la Patria han armado el brazo de la justicia y esta Junta ha fulminado sentencia contra los conspiradores de Córdoba, acusados por la notoriedad de sus delitos y condenados por el voto general de todos los buenos”, comenzaba la orden de la condena.
Ya cadáver, revisaron sus alforjas. En ellas atesoraba la cédula que lo nombraba virrey de estas tierras a las que había dado, en todos los sentidos, su sangre.
Había muerto don Santiago de Liniers y Bremond. Caballero de la Orden de San Juan. Comendador de Ares del Maestre en la de Montesa, Jefe de Escuadra de la Real Armada. Virrey, Gobernador y Capitán General Interino de las Provincias del Río de la Plata y de sus dependientes. Presidente de la Real Audiencia Pretorial de Buenos Aires. Superintendente General. Subdelegado de la Real Hacienda Rentas de Tabaco y de Naipes, de Minas, Comandante General del Apostadero de Marina.
Ceniza pronto serás
Los cadáveres fueron llevados en una carretilla hasta la capilla de Cruz Alta y enterrados en una desganada fosa común. Al día siguiente, el párroco los desenterró y cavó una tumba para cada cuerpo,y en cada una de ellas una cruz con una inicial que formaban el acróstico L.R.C.M.A. Ingenioso, alguien sumó la O de Orellana, el obispo condena y salvado a último momento. Los realistas leyeron “C.L.A.M.O.R.”
1861, es segundo presidente de la Confederación Argentina el cordobés Santiago Rafael Luis Manuel José María Derqui Rodríguez, el Rodríguez lo emparenta con Victorino, uno de los arcabuceados. Derqui designó una comisión para localizar los restos fusilados en Cabeza de Tigre.
La comisión cuenta con el testimonio del comandante militar de Cruz Alta, Reyes Araya, quien cuenta que su suegro de 72 años, había sido testigo de la inhumación de los restos y que estuvo en “el entierro de los maturrangos”. Cuenta que los cadáveres “semidesnudos y con los ojos picoteados por los caranchos, fueron conducidos unos sobre otros en una carretilla de cincha”. No recuerda bien el lugar, pero sí que como la fosa quedaba chica colocaron a tres primero y a otros dos, transversalmente, después.
Empiezan las excavaciones aquí y allá hasta que encuentran restos que tuvieron la gentileza de estar enterrados en forma consistente con el relato. Aparecen diez suelas y dos botones, uno de ellos con una corona real en relieve. Las cenizas depositadas en una urna de caoba y partieron a la iglesia matriz de Rosario y allí a Paraná, sede del ‘gobiernito’ confederal. Mezcladas la cenizas, tuvieron unas exequias canónicas. Dos hijos supervivientes, José Atanasio y Mariano Tomás, españoles que vivían en España , agradecieron “tan insigne acto de justicia, de magnanimidad y sana política”.
En junio de 1862, el cónsul español en Rosario en nota al encargado del Poder Ejecutivo de la Nación, Bartolomé Mitre, puso de relieve la satisfacción de su majestad Isabel II por “el homenaje tributado al valor y a la lealtad de los que sellaron con su sangre los juramentos que habían prestado al trono y a la patria” y pidió “trasladarlos a la Península” a lo que el gobierno argentino accedió a pesar de los reclamos y quejas de la hija mayor de Liniers quien exigió que los restos permanecieran en el país y fueran inhumados en la bóveda familiar del cementerio de la Recoleta.
Las cenizas de Liniers, Gutiérrez de la Concha y los otros arcabuceados partieron rumbo a España en el bergantín Gravina. Fueron recibidos con honores militares y sepultados en el panteón de Marinos Ilustres del puerto gaditano de San Fernando bajo una leyenda que dice: “Juntos en la gloria como lo fueron en el infortunio”.
Casi un siglo después -en 1960- la República Argentina sumó una una placa de bronce que contiene la frase final del libro Santiago de Liniers, Conde Buenos Aires, de Paul Groussac: “Los últimos héroes de la Patria vieja fueron las primeras víctimas de la Patria nueva. Homenaje de la Marina de Guerra Argentina.”
El título de conde de Buenos Aires fue heredado, luego del arcabuceo de Santiago de Liniers, por hijo su Luis quien logró que las Cortes de Cádiz cambiasen su denominación por el de conde de la Lealtad. El quinto conde, Jacques Alexandre de Liniers y Jarno, rehabilitó el título de conde de Buenos Aires, que le fue otorgado por Real Carta de 31 de octubre de 1862.
La película argentina Cabeza de Tigre, 2001 trata de la última etapa de la vida de Liniers.