23 de agosto de 1812
El Ejército del Norte, a las órdenes del general Manuel Belgrano, inicia la retirada desde San Salvador de Jujuy. La orden es no dejar nada que pueda ser de utilidad a los realistas que avanzan desde el Alto Perú. Empieza una historia que contendrá en su seno, la delimitación de la frontera norte argentina, la épica fundacional de la futura provincia jujeña, la caída de un gobierno y las dos victorias más grandes de las armas revolucionarias en lo que hoy es el territorio patrio. Comenzaba el Éxodo jujeño.
El término éxodo -según la Real Academia Española- proviene del latín tardío exŏdus, y este del griegor ἔξοδος éxodos y que no significa otra ‘salida’ y lo define como una “emigración de un pueblo o de una muchedumbre de personas.”
En aquellas jornadas, sin embargo, nadie pensó en usar tan bíblico nombre y el mismo Belgrano hablará de esos hechos llamándolos “retirada” o “marcha retrógrada”. Habrá que esperar a que en 1877 el historiador Joaquín Carrillo en su trabajo Jujui, Apuntes de su Historia Civil, homologue esa emigración -a la que llama “Écsodo”- con la del pueblo hebreo en su camino a la libertad anunciada de la tierra prometida desde la esclavitud egipcia, una idea que, en 1913, retomará Ricardo Rojas en su obra Archivo Capitular de Jujuy, encargada por el gobierno jujeño para conmemorar el centenario de la abnegada acción de sus ancestros.
Tras dos intentos malogrados, finalmente un lunes de Pascua de Resurrección, el 19 de abril de 1593, fue fundada San Salvador de Velazco en el Valle de Jujuy. Su nombre unía el del patrono –el santísimo Salvador–; el del fundador -Juan Francisco de Velazco, por entonces gobernador intendente de Salta del Tucumán- y el lugar de su erección, el valle de los jujuy.
Conocida como la Tacita de Plata, San Salvador de Jujuy era la cabecera del partido de Jujuy, una de las divisiones con las que contaba la por entonces intendencia de Salta del Tucumán, con capitalidad en Salta, la joya del norte, que se encontraba a algo menos de 100 kilómetros al sur.
Con una población de algo menos de 4.000, distribuidos en el campo, las grandes fincas y pequeños poblados, Jujuy era una ciudad pequeña pero estratégica a causa de su ubicación en la desembocadura de la quebrada de Humahuaca, cordón umbilical entre las provincias del Alto Perú y Lima, con el Río de la Plata. Era donde convergían las provincias “de arriba” con las de “abajo” lo cual le daba gran dinámica comercial.
Además, en Jujuy terminaba el camino de carretas que llegaba desde el puerto de Buenos Aires. A partir de allí, eran las mulas las ‘subían’ al Alto y Bajo Perú, esto hacía que las mercaderías debieran descargarse, enfardarse, para ubicarlas en tercios de mulares dirigidos por arrieros.
La revolución amenazada
El 20 de junio de 1811 los realistas al mando del general arequipeño José Manuel de Goyeneche destrozaban en las orillas del lago Titicaca a las tropas patriotas comandadas por el general Antonio González Balcarce y el vocal de la Primera Junta Juan José Castelli. Era el desastre de Huaqui, que marcó el fin de la primera Expedición Auxiliadora a las Provincias Interiores y -prácticamente- el desbande del ejército que la junta de Buenos Aires había enviado a las provincias de ‘arriba’ para garantizar su adhesión al movimiento de Mayo.
Sólo la necesidad de acabar con la insurrecta Cochabamba impidió que Goyeneche tomara el camino de la quebrada para llegar, al menos, hasta Salta y acabar con los restos desarrapados del ejército. Fue el sacrificio de esa ciudad altoperuana la que permitió la supervivencia de la naciente revolución.
Prácticamente acéfalo y sin recursos, el 27 de febrero de 1812 la Junta Superior Provisional de las Provincias Unidas a nombre de don Fernando VII -la Junta Grande- designó al general Manuel Belgrano como jefe del Ejército Auxiliar del Perú quien en esos momentos se hallaba en fortificando las barrancas del Paraná a la altura del Rosario con dos baterías para evitar los ataques realistas provenientes de Montevideo.
El 25 de marzo de 1812, Belgrano llega a la posta de Yatasto y, al día siguiente, recibe los restos del ejército de manos de Juan Martín de Pueyrredón e inicia un lento avance al norte hacia San Salvador de Jujuy, se iniciaba la segunda expedición auxiliadora. En la Tacita de plata, Belgrano intentaría reorganizar a su ejército al tiempo que envió a su segundo al mando, el mayor general Eustoquio Díaz Vélez, al frente de sus voluntarios hacia Humahuaca para que vigile los movimientos del general realista Juan Pío Tristán.
El avance buscaba, además, distraer a Goyeneche para que dividiera sus fuerzas y, así, aliviar el cerco sobre Cochabamba. Por otra parte, Belgrano mejoró las relaciones con los cochabambinos -que Castelli había destrozado- y logró que los líderes altoperuanos se pusieran a sus órdenes, lo que motivó que Belgrano dejara el campamento salteño de Campo Santo, para apoyar a los insurrectos sitiados.
Para sensibilizar al gobierno porteño, Belgrano envió a Buenos Aires “un cañoncito, dos granadas de mano y una bala de los arcabuces que usa el ejército de Cochabamba, a falta de fusiles: todo esto prueba el ardor de aquellos patriotas: si las demás provincias hicieran otro tanto, muy pronto se acabarían los enemigos interiores, y temblarían los que nos acechan”.
El 3 de junio de 1812, desde Jujuy, Belgrano escribe al ministro del Primer Triunvirato, Bernardino Rivadavia, para pedirle refuerzos y revelarle las mentiras de los realistas: “observe lo que ejecuta Goyeneche; aparenta con sus contestaciones, de que V. se halla impuesto, de que desea la paz, para entretenernos, y mientras, cargar sobre los infelices indefensos, matar hasta inocentes, quemar los pueblos e ir a destruir Cochabamba, si le es dable, alucinando además a los naturales que pronto se abrazarán con nosotros, que ya le pedimos la paz”.
Además, pedía la llegada de algunos oficiales que lo habían acompañado en su campaña al Paraguay, pero que no le mandaran jefes mal dispuestos de los que tenía “a montones de lo más inútil, y de lo más malo que V. pueda pensar”.
A su llegada, Belgrano contaba con los restos de las fuerzas derrotadas en Huaqui: algo menos de 800 soldados desarmados, hambrientos, semidesnudos azotados por el paludismo y absolutamente desmoralizados.
“La deserción es escandalosa y lo peor es que no bastan los remedios para convencerla, pues ni la muerte misma la evita: esto me hace afirmar más y más en mi concepto de que no se conoce en parte alguna el interés de la patria, y que sólo se ha de sostener por fuerza interior y exteriormente”, informará a Buenos Aires.
Para hacer de esos despojos una fuerza de combate, Belgrano comenzó por instaurar una disciplina de hierro. Además, creó una compañía de guías, otra de baqueanos, el cuerpo de Cazadores y el de castas. Con la moral reconstruida duplicó sus fuerzas hasta llegar a los 1500 hombres que fueron reforzados con 400 fusiles enviados desde Buenos Aires.
Asimismo, trabajó para consolidar los lazos con la comunidad jujeña. Fue así que al cumplirse el segundo aniversario de la revolución del 25 de Mayo hizo que el canónigo Juan Ignacio Gorrti bendiga la bandera argentina en la catedral. Belgrano ignoraba que la bandera había sido repudiada por el Primer Triunvirato, pues la consideraba un signo de independencia y que ponía en riesgo la llamada ficción de la máscara de Fernando VII por la cual los gobiernos de Buenos Aires ejercían la soberanía en nombre del Borbón.
Anoticiado por las avanzadas de Díaz Vélez de que el ejército de Tristán se preparaba para invadir, Belgrano pidió refuerzos al Triunvirato que en lugar de enviarlos le ordenó a través de Rivadavia que el Ejército del Norte se retire hasta Córdoba pues consideraba imposible a los realistas que tras reforzarse en Suipacha contaban con 4000 hombres. Además, le ordenaba que destruyera cuanto pudiera ser útil al enemigo para dificultar sus marchas y recursos.
“…Me es muy doloroso, que cuando nuestros hermanos de Perú están sacrificándose, esperanzados en nosotros, y con solo la súplica que entretengamos al enemigo con nuestra presencia, dejándoles a ellos su destrucción, no pueda acceder a ella por una falta… me hierve la sangre al observar tanto obstáculo, tantas dificultades, que se vencerían rápidamente si hubiese un poco de interés por la Patria”, responde Belgrano.
El 30 de junio de 1812 llegaron las primeras versiones de la caída de Cochabamba. Ante la gravedad de la situación, Belgrano envió al mayor Manuel Dorrego a Buenos Aires para que describiera personalmente el panorama. “Dorrego hablará a V. de nuestras necesidades, y le hablará con conocimiento: no hay que detenerlo mucho; pues me hace falta y es muy interesante en este Ejército”.
El 14 de julio informará a los pueblos del norte: “Cuando el interés general exige las atenciones de la sociedad, deben callar los intereses particulares, sean cuales fuesen los perjuicios que experimentasen. Este es un principio que sólo desconocen los egoístas y los esclavos, y que no quieren admitir los enemigos de la causa de la Patria. Causa a que están obligados cuantos disfrutan de los derechos de propiedad, libertad y seguridad en nuestro suelo, debiendo saber que no hay derecho sin obligación y quien sólo aspira a aquel sin cumplir con esta, es un monstruo abominable, digno de la execración pública y de los más severos castigos.”
Ante la certeza de la invasión creó una oficina de “enrolamiento de hombres jóvenes de la ciudad y el alistamiento de campesinos, indígenas, mestizos y criollos, la mayoría labradores, jornaleros o peones de la campaña jujeña, que abandonaron sus hogares para enlistarse en el ejército. Se solicitaban hombres entre 16 y 35 años, preferentemente solteros” . También se conformó un nuevo cuerpo irregular de caballería bautizado como los Patriotas Decididos que fue puesto a las órdenes de Díaz Vélez quien, a su vez, se ofreció para apoyar la resistencia de la altoperuana Cochabamba, un proyecto que naufragó antes de nacer.
Abandonada y sin ayuda, Cochabamba fue ocupada por los ejércitos realistas del general José Manuel Goyeneche -que, al igual que su primo y subordinado Tristán, era criollo arequipeño- a fines de julio quien desató una ola de terror repleta de ejecuciones, cárceles, tormentos y confiscaciones. Rendidos los cochabambinos, los realistas sometieron una tras otra Chuquisaca, Oruro y La Paz.
Jujuy, tierra arrasada
Con la retaguardia consolidada, el ejército realista de Tristán, fuerte de 3000 soldados, retomó su avance al sur. No había opción, Jujuy debía ser abandonada.
La tierra arrasada no era una experiencia nueva para Belgrano quien la había padecido durante la expedición al Paraguay en 1811, cuando al adentrarse en el territorio guaraní sólo se encontró con cenizas, pueblos fantasmas y nada.
El 29 de julio de 1812 Belgrano dictó un bando dirigido a la intendencia de Salta, bando al que luego, para resaltar el heroísmo jujeño, Carrillo le elimina la palabra Salta, para destacar que el sacrificio solo es de Jujuy.
“Llegó pues la época en que manifestéis vuestro heroísmo y de que vengáis a reunirnos al Ejército de mi mando, si como aseguráis queréis ser libres, trayéndonos las armas de chispa, blanca y municiones que tengáis o podáis adquirir, y dando parte a la Justicia de los que las tuvieron y permanecieren indiferentes a vista del riesgo que os amenaza de perder no sólo vuestros derechos, sino las propiedades que tenéis”, ordena y conmina.
El bando urge a los hacendados a sacar el “ganado vacuno, caballares, mulares y lanares” además de que envíen “charquis hacia el Tucumán”, y amenaza a quienes incumplan con ser declarados “traidores a la patria”. A los “labradores” los intima a sacar sus cosechas y los comerciantes les ordena que no pierdan “un momento en enfardelar” sus bienes y los remitan hacia el sur y les advierte que “serán quemados los efectos que se hallaren, sean en poder de quien fuere, y a quien pertenezcan.”
Terminante, establece que “todo quien intentara pasar sin pasaporte”, o “que inspirase desaliento”, así como quien mantuviera “conversaciones, o actos en contra la causa sagrada de la Patria, sea de la clase, estado o condición que fuese será pasado por las armas inmediatamente, sin forma alguna de proceso.”
“Serán tenidos por traidores a la patria todos los que a mi primera orden no estuvieran prontos a marchar y no lo efectúen con la mayor escrupulosidad, sean de la clase y condición que fuesen”, insiste, al tiempo que espera ayuda de los “verdaderos hijos de la patria” y que los “desnaturalizados obedecerán ciegamente y ocultarán sus inicuas intensiones”.
“Sabed que se acabaron las consideraciones de cualquier especie que sean, y que nada será bastante para que deje de cumplir cuanto dejo dispuesto”, las cartas estaban echadas.
Pío Tristán escribiría que “Belgrano es imperdonable por el bando” al que calificaba de “impío”, pues -tal como relata el español Mariano Torrente-, las “tropas de Buenos Aires que ocupaban las ciudades de Jujui y Salta… con orden de su comandante Belgrano para que todos los habitantes evacuasen aquel territorio, llevándose los archivos y aún los armamentos y vasos sagrados de las iglesias”. Un cuadro que coincide con el del general peninsular Andrés García Camba que describía a Jujuy y Salta como “poblaciones que los insurrectos abandonaron después de haberlas maltratado mucho y hasta incendiado sus archivos públicos”.
En términos generales, la población acató las medidas y la mayor parte de los reclamos provinieron de los sectores pudientes que se quejaban de la falta de medios de transporte para sus bienes lo cual fue motivo de reclamo ante el gobernador de Salta quien pidió explicaciones a Belgrano.
“Mi Bando se ha de cumplir con la mayor exactitud posible; yo no oigo los clamores de los particulares, sino el bien general de la Patria y éste es el que me ha obligado a dictarlo: el amor patriótico debe hacer callar los lamentos y vencer los imposibles mismos. Mis medidas están tomadas y ellas se han de llevar a cabo sin réplica ni excusa; los que no quieren padecer esos perjuicios, anímense a defender la Provincia”, respondió el general.
Los cronistas estiman que entre 1500 a 2000 personas iniciaron el camino hacia el sur. Es decir la mitad de la población de la jurisdicción jujeña. A ellos se sumaron algunos refugiados de Tarija y Chichas. Tenían por delante 360 kilómetros hasta Tucumán por el camino de las Postas. La marcha cubriría 50 kilómetros por día.
El 21 de agosto salieron los habitantes de Humahuaca y el 23 de agosto se unieron a los que iniciaban su viaje hacia el sur junto al ejército patriota que comenzó su marcha por la tarde, tras el arreo del ganado y el incendio de las cosechas.
Belgrano dejó la ciudad a la medianoche cuando le informaron que los realistas estaban cerca de Yala, a sólo 15 kilómetros. La última columna partió el 24 de agosto a las tres de la mañana, con el enemigo pisándole los talones. Atrás quedaba tierra arrasada.
Belgrano se reunió con el grueso de la población y del ejército a la altura de Monterrico a 30 kilómetros al sur de la ciudad de Jujuy y continuó hasta territorio salteño para descansar las márgenes del río Juramento.
“Desde que puse el pie en vuestro suelo para hacerme cargo de vuestra defensa, os he hablado con verdad… Llegó pues la época en que manifestéis vuestro heroísmo y de que vengáis a reuniros al ejército de mi mando, si como aseguráis queréis ser libres…”, proclamará Belgrano “a los pueblos del norte”.
A las seis de la tarde del 24, el coronel realista Ángel de Huici, al mando de trescientos hombres, ingresó a la ciudad. Esa noche reportó a Tristán: “No he encontrado en ella más que cuatro o cinco vecinos que han podido quedarse escondidos y una porción de mujeres honradas y niños que, anegadas en lágrimas de las confinaciones de maridos y padres, y de las pérdidas que han experimentado en sus casas y bienes, daban gracias al Todopoderoso de la llegada de las tropas del rey a quien aclamaban con repetidas voces.”
La ciudad está vacía y arrasada. Huici no logra creerlo: “Ha sido tan oportuna la aceleración de mis marchas sobre el enemigo, y la persecución de ayer tarde, que ha evitado en mucha parte las inicuas y horrorosas miras que tenía publicado por dos bandos el caudillo Belgrano. Sin embargo, como tenía tomadas sus disposiciones de antemano, ha extraído todas las facturas de efectos que existían pertenecientes al comercio de Buenos Aires, toda la plata labrada de la iglesia matriz y convento de San Francisco, tres custodias [piezas de oro que resguardan la hostia consagrada para adoración de los fieles] y porción de ganados y caballada de las estancias inmediatas que ha dejado escuetas.”
Entre quienes permanecieron en la ciudad se encontraban miembros de la elite burocrática, comercial y terrateniente que se estimaba en alrededor de 70 jefes de familia, de los cuales 40 eran españoles europeos. Algunos partieron con tiempo aprovechando sus redes personales y otros se refugiaron en haciendas sea para proteger sus bienes o por sus convicciones realistas como en el caso de los Marquiegui.
En la retaguardia estaban los 200 irregulares, los Patriotas Decididos, comandados por Díaz Vélez, quienes “retardar la marcha del enemigo mediante ataques de flanco que no comprometan su tropa”. El 26 de agosto fue atacado y pese al fuego de dos piezas de artillería, rechazó el intento tras tres horas de combate.
El entonces teniente José María Paz, oficial de la retaguardia del Ejército, recuerda que “vino la invasión del enemigo, y el cuerpo de vanguardia emprendió su movimiento retrógrado: quedando un cuerpo de caballería, se incorporó lo restante al ejército en Jujuy el mismo día que éste emprendía el suyo para Tucumán. Recuerdo que atravesamos el pueblo de Jujuy en toda su extensión, sin permitirnos separarnos, ni aun para proveernos de un poco de pan. Acampamos durante tres o cuatro horas a la inmediación de la ciudad, y tampoco se nos permitió entrar, ni mandar nuestros asistentes a proveernos de lo más preciso: tan riguroso y severo era el general Belgrano”.
El 28 de agosto Pío Tristán ocupó Salta donde formó un gobierno adicto, algo que le había costado integrar en la casi vacía Jujuy.
El plan de Tristán consistía en bajar por la Quebrada del Toro para cortar la retirada patriota por lo que envió a su vanguardia al mando de Huici para que hostilice a las fuerzas en retirada. En Cobos el hostigamiento adquirió mayor violencia lo cual desmoralizó a las fuerzas patriotas al punto que Belgrano debió fusilar a dos soldados y castigar con severidad a algunos oficiales.
La desobediencia de Belgrano
A fines de agosto, se restablecieron las comunicaciones con la retaguardia y tomó conocimiento de la acción ofensiva del enemigo. Los comandados por Huici -quien, reforzado, contaba con 600 hombres- asediaban la retaguardia de Díaz Vélez, quien tenía órdenes de no comprometer combate.
Sin embargo, el 3 de septiembre fue alcanzado y se trabó un tiroteo. Belgrano mandó a reforzar a su retaguardia y logró poner en “fuga vergonzosa” al enemigo. Fue el combate del arroyo de Las Piedras, a 80 kilómetros al sur de Salta.
“Las armas de la Patria han logrado, ayer tarde, una victoria completa: 150 armas han caído en nuestro poder, 40 prisioneros, y han muerto 60 (de los enemigos), que han abandonado el campo con la fuga más vergonzosa, no habiendo de nuestra parte más que 3 muertos y 6 heridos. Hágalo V.S. saber por bando a los pueblos de su jurisdicción, convocándolos igualmente a dar gracias al Todopoderoso, con misa solemne y Tedéum, disponiendo se anuncien tan plausibles noticias con repique general de campanas”, informó al gobernador de Córdoba.
El coronel Huici, que se había adelantado hasta Trancas, cayó prisionero y fue trasladado a San Miguel de Tucumán. Tristán sabía que su subordinado era considerado un oficial “feroz y cruel”, por lo escribió a Belgrano -con quien había estudiado en Salamanca- un buen trato prometiéndole actuar de manera similar con los prisioneros a su cargo. Además, envió 50 onzas de oro para cubrir los gastos de Huici. Fechaba su envío en el “campamento del Ejército Grande”.
Belgrano le respondió brindando todas las garantías como prisionero de guerra de las Provincias Unidas, ponía de relieve su confianza en que Tristán trataría con respeto a los prisioneros patriotas para cuyos gastos devolvió el oro enviado por Tristán indicándole que él garantizaba que una cantidad similar de las arcas se destinaría a los prisioneros realistas. Irónico fechaba se respuesta en el “Cuartel General del Ejército chico”.
Con este nuevo escenario, el 9 de septiembre llegaron a Burruyacú y acampó en la Encrucijada, a 36 kilómetros de la ciudad de Tucumán.
Una de las novedades del ejército en retirada fue la instauración de la Maestranza, una suerte de fábrica que ocupaba mano de obra especializada y sin calificación para producir bienes destinados al equipamiento de las tropas. Desde fabricación y reparación de armas hasta uniformes y calzados, y por la cual el ejército pagaba rigurosamente.
Si bien Belgrano ordenó abandonar el Camino de Las Postas para bajar por el Camino de las Carretas hacia Santiago del Estero y Córdoba, tras consultar con sus oficiales ordenó al coronel Juan Ramón Balcarce adelantarse hasta San Miguel de Tucumán y organizar su defensa hasta las últimas consecuencias pues consideraban que de proseguir la marcha ganarían terreno la deserción, el desánimo y la insubordinación.
“Vuestra Excelencia debe persuadirse que cuanto más nos alejemos más difícil ha de ser recuperar lo perdido, y también más trabajoso para contener la tropa sosteniendo la retirada con honor y no exponernos a una total dispersión y pérdida de esto que se llama ejército, pues debe saber cuanto cuesta y debe costar hacer una retirada con gente bisoña en la mayor parte hostilizada por el enemigo por dos días de diferencia”, escribió a Buenos Aires.
Belgrano aprovechó la invitación de los tucumanos, en especial de la poderosa familia Aráoz, que estaba, a su vez, emparentada con dos oficiales del ejército, Eustoquio Díaz Vélez, y con el teniente Gregorio Aráoz de Lamadrid, para desobedecer las órdenes de Buenos Aires.
En el campamento del ejército, se reunió con Bernabé Aráoz, futuro primer gobernador de la provincia, y recibió a una comisión de ciudadanos a la que les explicó que una revolución se hacía con hombres, pertrechos y dinero. a lo cual Aráoz respondió: “General, de cada cosa que usted pida tendrá el doble, pero, con la misma decisión le proponemos que la retirada de su Ejército termine en Tucumán”.
Belgrano estaba convencido que si se retiraba hasta Córdoba, los realistas podrían esquivar sus defensas y avanzar directamente sobre Buenos Aires por lo cual se decidió a trasladarse hacia San Miguel de Tucumán para hacerse fuerte y esperar al ejército de Tristán, decisión que comunicó al Triunvirato.
El 12 de septiembre de 1812, en las riberas del río Salí, comunicó al pueblo tucumano que presentarían batalla.
El 24 de septiembre tuvo lugar la batalla a la que Vicente Fidel López calificó como “la más criolla de todas cuantas batallas se han dado en el territorio argentino”. En efecto, fue una mezcla de montonera y movimientos de academia militar; con azares como una invasión de langostas y las dudas acerca de a quién correspondía el triunfo pues Tristán se quedó con el campo de batalla, pero desarmado, sin bagajes y con un tercio de sus tropas prisioneras o muertas.
“..el Sepulcro de la Tiranía…”, tal como calificó Belgrano a la victoria de Tucumán causó la caída del Primer Triunvirato y su reemplazo por el Segundo, que apoyó más decididamente al Ejército del Norte que regresaba junto al pueblo jujeño a la ciudad de Jujuy, cuyo cabildo volvió a sesionar el 4 de marzo de 1813. Además, siete años después, Bernabé Aráoz declarará la secesión de su provincia de la jurisdicción salteña y creará la efímera República del Tucumán que abarcará, además, las dependencias de Santiago del Estero y Catamarca.
Rivadavia le ordenó nuevamente bajar a Córdoba pero la orden llegó tras la victoria en Tucumán mientras Belgrano perseguía al derrotado Tristán para recuperar el norte tras la victoria en la batalla de Salta el 20 de febrero de 1813. Cuando Belgrano se anotició, Rivadavia ya no era gobierno.
El retorno al pago
Tras la batalla de Salta, Belgrano tomará el libro de actas del cabildo de Jujuy donde el 24 de agosto de 1812 había escrito: “Aquí empieza el Cabildo del tiempo de los tiranos”, para anotar en otro margen: “Aquí concluye el Cabildo establecido por la tiranía que fue repulsada, arrojada, aniquilada y destruida con la célebre victoria que obtuvieron las armas de la Patria el 20 de febrero de 1813, siendo el primer soldado de ellos, Manuel Belgrano”.
El 25 de mayo de ese año, Belgrano donó al cabildo jujeño como premio y homenaje al pueblo que lo acompañó en el éxodo, la bandera que flameó en Tucumán y Salta.
Jujuy vivió más de un éxodo. Al de 1812 se sumaron otros dos: en 1814 y 1817, siendo éste el más cruento pues durante los cinco meses en que las fuerzas realistas ocuparon la ciudad, se dedicaron a arrasarla, los edificios públicos e iglesias se transformaron en cuarteles mientras que las haciendas fueron saqueadas y las pertenencias de los exilados requisadas.
Por su parte el Archivo Capitular de Jujuy, contabilizaron, entre 1812 y 1817, un total de cinco. Entre ellos, el “Éxodo de las Mujeres y los Niños”, en el que se destaca que no había hombres al estar comprometidos con la guerra de la independencia del Alto Perú.
Sin embargo, el éxodo de 1812 contó con la presencia de Manuel Belgrano y marca el hito fundacional para Jujuy que 1834 lograría la autonomía política como provincia al separarse de Salta tras una guerra breve pero intensa.
Durante los quince años que duró la guerra de la Independencia Alto Perú y el norte grande Salta y Jujuy resistieron y rechazaron 12 invasiones y se llevaron a cabo 236 acciones militares.
Por su parte, cada 22 de agosto, los jujeños recuerdan su hazaña a través de una quema simbólica de la ciudad, para la que construyen chozas de madera y paja en el lecho del río Xibi Xibi, que luego son incendiadas mientras la población se desplaza a pie y en carretas simulando la partida del pueblo que abandonó todo por la libertad.
El 28 de octubre de 2002 fue promulgada la Ley 25.664, por la cual se declaró a la provincia de Jujuy como Capital Honorífica de la Nación Argentina durante el día 23 de agosto de cada año.