Ya vimos como el clásico rioplatense del 2 de octubre de 1924 fue el escenario para la ‘invención’ del gol olímpico. También, y tal como anticipamos, fue el ámbito donde se parirían varias de las tradiciones futboleras que moldearon ese juego que los ingleses insisten en haber creado.
El primer registro que tenemos de un Argentina – Uruguay es de 1901. Una visita a Montevideo que terminó 3 a 2 a favor de los albicelestes. A partir de ahí, y hasta 1923, el balance indicaba que tras 83 ocasiones: los charrúas mandaban con 34 triunfos contra 32 argentinos y 17 empates. Pero a la hora de hablar de títulos la ventaja oriental era enorme: tres sudamericanas contra una de esta banda del río. Para colmo, en los olímpicos del 24 la dorada quedó en pechos uruguayos.
Tras la coronación olímpica, se pactó un amistoso a dos bandas. El 21 de septiembre se jugaría un encuentro entre ambos combinados en Montevideo con revancha, una semana después, en Buenos Aires.
El partido en Montevideo terminó con un empate 1 a 1. “Nos permitimos recalcar el punto aquel de que entre argentinos y uruguayos, sean o no campeones de tal o cual concurso, subsistirá siempre la igualdad de fuerzas que desde hace quince años viene constatándose en las luchas internacionales. Mañana, nosotros podremos ser campeones olímpicos y perder frente a los uruguayos (…) Se esperaba una superioridad manifiesta de los uruguayos. No ocurrió así sin embargo”, evaluó El Gráfico.
“¿Cuándo nos hemos considerado tan poco, que un empate con los uruguayos constituya una victoria argentina?”, declamaba la misma revista ante los conformistas de esta orilla.
La argentinidad, al palo
El domingo 28 de septiembre de 1924, era la fecha prevista para la revancha en el estadio de Sportivo Barracas que por ese entonces era el mayor coliseo futbolístico de Argentina. Recién en 1928, su vecino Independiente de Avellaneda inauguraría el primer estadio americano íntegramente construido en hormigón.
La construcción del Stadium comenzó en 1919 en un predio contiguo al viejo Club Olores del Riachuelo, con el que se había fusionado en 1913, y que estaba comprendido entre las calles Iriarte, Luzuriaga, Río Cuarto y Perdriel.
Originalmente, el campo de juego estaba delimitado por una cadena sujetada en postes, mientras que entre las tribunas y el campo de juego se construyó una balaustrada perimetral de casi un metro de altura.
El estadio contaba con una importante tribuna techada paralela a la calle Luzuriaga, dos terrazas en los codos norte y sur del campo de juego a ambos lados del palco oficial; y dos modernos vestuarios construidos debajo de la terraza norte en la esquina de Iriarte y Luzuriaga. Además, a medida que aumentaba la demanda del público se fueron levantando tribunas de madera a los costados de la tribuna y en el coronamiento de los terraplenes de Iriarte y de Perdriel, mientras que el de Río Cuarto no tuvo gradas.
Tras estas ampliaciones, el Stadium alcanzó la capacidad de albergar a 37.000 espectadores, una multitud para la época.
Sin embargo, para el partido contra el archirrival no fue suficiente. El público desbordó todos los controles y llegó a invadir el campo. Pese a que su aforo estaba fijado en 37.000 localidades, se vendieron 42.000 entradas -35.000 populares a un peso cada una y 7.000 plateas a tres mangos por asiento-, aunque el diario La Nación estimó una concurrencia de 52.000 personas, pues sumaba otras diez mil personas entre invitados, y “colados”, una cifra que el vespertino La Razón elevaría hasta 60.000.
Si bien estamos en el 28 de septiembre, hablamos del mismo encuentro de las múltiples invenciones. Fue en esa caótica previa en la que apareció una figura que haría historia en nuestro deporte. Por primera vez las crónicas señalan la presencia de algunos “avivados” que “voceaban populares a cinco pesos”. Sí, el revendor, una entidad que pasó de ser un busca solitario a formar parte de un engranaje de un submundo podrido regenteado por los CEO del paravalanchas.
“Mentiríamos si dijésemos que nos ha sorprendido lo que ocurrió. Aún más, nos animamos a afirmar que cada uno de los asistentes al salir de su respectivo domicilio para encaminarse a la cancha preveía los acontecimientos. Se culpa a más de una autoridad el desborde de público. Hay quienes acusan a las autoridades de la Asociación de vender un número excesivo de localidades dando rienda suelta al deseo de lucrar. Otros atribuyen a la policía falta de vigilancia en la tarea de contener al público ubicado en las proximidades del estadio y que, en un momento dado, atropelló las puertas y escaló las paredes”, se indignaba El Gráfico.
La calle se transformó en un campo de batalla, lleno de escaramuzas a piedrazos que dejaron varios heridos. Adentro, el público había desbordado las tribunas e invadía el límite del campo de juego que fue trabajosamente despejado por la policía para permitir el ingreso de los jugadores e iniciar al partido que fue suspendido a los pocos minutos por el árbitro uruguayo Ricardo Vallarino ante la imposibilidad de contener a los espectadores que ocupaban el perímetro del terreno de juego.
El partido se reprogramó para el jueves 2 de octubre.
El día del partido
Con la lección aprendida se tomaron varias medidas para evitar el bochorno. La primera de ellas -y una de las que explican esta nota- fue el cercado del field con una malla de alambre de un metro y medio de altura para evitar intromisiones. Había nacido el ‘alambrado olímpico’.
En rigor de verdad, en ambas orillas del Plata existían este tipo de cercados pero esta fue la primera vez que alguien se tomó el trabajo de nominarlo en alusión y honor al once charrúa y, al hacerlo, darle existencia.
Por otra parte, se limitó la cantidad de entradas disponibles y, de paso, duplicaron sus precios. Emitieron 15 mil populares que pasaron de uno a dos pesos y 5.000 platea que aumentaron de tres a cinco pesos. Sin embargo, se estima que entraron 30 mil personas.
Obviamente, los tickets del 28 quedaron fuera de juego. Otros tiempos.
Con la reventa y el alambrado olímpico en la previa como novedades, el salto al campo de juego trajo consigo un invento más: los jugadores uruguayos dieron una vuelta alrededor del campo de juego para recibir el reconocimiento del público argentino por la obtención de la dorada en París 1924. Había nacido la vuelta olímpica.
Con el uruguayo Ricardo Vallarino como referee, los team presentaron las siguientes alineaciones:
Argentina formó con Américo Tesorieri de Boca Juniors en el arco; dos rosarinos en la defensa: Adolfo Celli y Florindo Bearzotti, de Newell’s y del Belgrano rosarino. El medio para dos boquenses: Segundo Médici y Mario Fortunato, acompañados por Emilio Solari, de Nueva Chicago. Los cinco forwards eran el boquense Domingo Tarasconi, Ernesto Celli de Newell’s, Gabino Sosa, de Central Córdoba de Rosario, Mario Seoane, que militaba en El Porvenir y Cesáreo Onzari de Huracán.
Mazzali; Nasazzi y Uriarte; Andrade, Zibecchi y Zingone; Urdinarán, Scarone, Petrone, Cea y Romano, fueron los once charrúas.
Todas estas previsiones no alcanzaron para evitar la ausencia de un linesman que marcara el ataque argentino, inconveniente que fue solucionado gracias a que Pedro Bleo Fournol, el wing derecho de Boca conocido como Calumín o Calomino que inventó la bicicleta y jugaba con zapatillas o en medias por no soportar los botines, asumiera esa función ataviado con la camiseta albirroja de Alumni para evitar confusiones.
El puntapié inicial lo dio el por entonces ministro de Guerra del gobierno del presidente Marcelo Torcuato de Alvear, el general Agustín Pedro Justo, una de las primeras personalidades en percatarse de la importancia política del deporte y del balonpié. Justo, sería con el curso de los años uno de los golpistas que en 1930 derrocaron a Hipólito Yrigoyen y en 1932 accedió -con el radicalismo proscripto y gracias al Fraude patriótico– a la primera magistratura del Estado desde donde contribuyó a consolidar lo que Arturo Jauretche llamó el “estatuto legal del coloniaje”.
De personalidad sibilina, sinuosa y siniestra, cuentan que cuando aún era ministro notó que Alvear tenía desatados los cordones de sus zapatos y se arrojó a los pies del presidente para atarlos, un hecho de alcahuetería que desagradó al mandatario quien lo empujó. Justo no olvidó y una vez en la Rosada, acusó de terrorista y conspirador a su ex jefe, a quien metió preso primero y mandó al exilio, después. Una actitud que el historiador Félix Luna definió con un magistral adjetivo que hoy no pasaría el formulario de la corrección política pero que es de una salacidad lorquiana irreductible: “femenil”.
Tras el pase inicial de Justo a Gabino Sosa debieron pasar 15 minutos para que el argentino Cesáreo Onzari convierta de tiro directo desde el córner el primer gol olímpico de la historia en el arco de la calle Río Cuarto. Tal como recordamos en la nota que da origen a esta serie.
Tras el gol de Onzari, no pasaron quince minutos para que Pedro Cea marcara el empate para el elenco celeste, pero Argentina puso cifras definitivas a los 8 minutos del segundo tiempo tras un gol de Domingo Tarasconi que selló el 2 a1.
Como buen clásico rioplatense, el match fue de hacha y tiza. Los orientales se dedicaron a administrar patadas y coces que se cobraron como víctima al leproso Adolfo Celli, a quien le rompieron la tibia y el peroné. Como en esa época no estaban reglamentados los cambios, la cortesía de los cirujanos visitantes permitió que Celli -quien, además, fue uno de los fundadores de Colón de Santa Fe- fuera reemplazado por el back boquense Ludovico Bidoglio.
La dudosa urbanidad de los uruguayos fue respondida con fervor desde las gradas cuando comenzaron a llover con intensidad creciente, piedras y botellas, una lluvia que provocó que, al minuto 86 los visitantes decidieran abandonar el campo de juego.
“Pocas veces hemos experimentado en un campo de juego la impresión dolorosa, de desconcierto, que sufrimos ante el epílogo que tuvo el encuentro. Las escenas de guerrillas entre los campeones olímpicos y el público, aquella otra de Scarone luchando a brazo partido con los agentes de policía, procurando impedirle que abandonase el field, no tienen precedente en las luchas internacionales rioplatenses. De cómo se pudo llegar a esa exaltación y falta de buen tino, es lo que no nos explicamos, y si buscamos su origen debemos decir en honor a la verdad, que lo encontraríamos por igual en la conducta de ambas partes. No de otra manera se explica el juego algo brusco de los visitantes cuando comprobaron el poder del team argentino, como tampoco se explican las botellas y piedras que por tal causa les fueron arrojadas, sobre todo aquellas primeras dirigidas al arquero Mazali, que ninguna participación tenía en las violentas intervenciones de sus compañeros. La nota máxima de la locura diéronla la casi totalidad de los campeones olímpicos dejando de jugar para entregarse a una verdadera batalla con el público. Cuando los uruguayos abandonaron la cancha, los hombres del team argentino fueron detrás de ellos a fin de pedirles que cambiaran de actitud. No habiendo obtenido resultado su intervención, volvieron para cumplir con el reglamento que obliga a permanecer en el field hasta expirado el tiempo de juego”, se lamentaba El Gráfico.
Ricardo Lorenzo Bocorotó, lo definirá como “el match más memorable en la historia del fútbol rioplatense”.
Una triste sombra pronto serás
Sportivo Barracas, el equipo arrabalero, no quiso o no supo sumarse al profesionalismo y en el 30 se quedó del lado de los amateurs para ir apagándose lentamente hasta que en 1937 abandonó la práctica del fútbol.
El Stadium aguantó un poco más y fue demolido en 1942 para dar lugar al parque Pereyra: “El palquito, las tribunas, todo se fue yendo en la vieja cancha de Sportivo Barracas, escenario de partidos inolvidables. Fueron cayendo los vestuarios, desmoronándose las apiladas de ladrillos, y entre el polvo de cal fueron emergiendo los recuerdos. ¿Te acordás? Aquí perdieron los olímpicos uruguayos en 1924”, escribirá Borocotó en este inusual obituario publicado en El Gráfico.
La leyenda que supo rivalizar con su vecino Boca Juniors y disputar supremacía con Independiente y Racing se despedía. Ya nada quedaba de ese estadio surgido que vio jugar como locales a los hermanos Felipe y Roberto Cherro, y Mario y Juan Evaristo, a Pedro Marassi, Carlos Peucelle, Mario Fortunato y tirar sus primeras diagonales a un tal Alfredo Di Stefano.
También fue el escenario para que Luis Ángel Firpo, el Toro de las Pampas, presente su primera pelea al aire libre o para que el maratonista Juan Carlos Zabala, el Ñandú Criollo, ofrezca su dorada en los olímpicos de Los Ángeles 1932.
Sportivo Barracas logró su único título en el campeonato de 1932 de la Asociación Argentina de Football. Un verdadero canto del cisne. Tras la desafiliación de 1937, el club se decidió a volver en 1967 para militar en la Primera D. Sin querencia, gerenciado a veces y ahora bajo el ala del sindicalista Víctor Santamaría, hoy disputa el torneo de Primera C.
Cesáreo Onzari, ese jugador “veloz, justo en el centro dirigido a la carrera, hábil para eludir la vigilancia del half implacable, certero en el shot al arco” como lo definiría La Razón, siguió en el Huracán que lo vio nacer hasta 1933 con la única excepción de la gira a Europa de Boca Juniors que lo contó como refuerzo para los xeneizes junto con Manuel Seoane de El Porvenir, Luis Vaccaro de Argentinos Juniors, Octavio Díaz de Rosario Central y Roberto Cochrane de Tiro Federal de Rosario. Cinco de once, qué decir, algunos cuentan las glorias de formas extrañas.
Onzari ganó cuatro campeonatos de primera y una Copa Argentina con Huracán donde jugó 212 partidos y convirtió 67 goles. Con la celeste y blanca jugó 14 partidos, marcó cinco goles y ganó la Sudamericana de 1925. Se murió el 7 de enero de 1964
“Era un deportista íntegro, puede ser considerado como uno de los prototipos del fútbol amateur. Winger izquierdo del famoso equipo de Huracán en la década del veinte, extremo de una línea completada con Loizo, Chiessa, Stábile y Spósito, fue una pieza importante hasta el punto de llegar a ser internacional, pero siempre se mantuvo en un nivel modesto. No fue estrella, no quiso serlo porque se lo impedía su carácter, su personalidad, pero el que quería verlo, el espectador que no se dejaba deslumbrar por malabarismos, encontró siempre en él al elemento capaz de jugar uno y cien partidos con la misma eficacia, con idéntico desinterés de lucirse, con el único afán de jugar”, lo despidió La Razón.
Un convenio entre Huracán y el gobierno porteño decidió que la calle que se abrirá bajo la platea Miravé para conectar las viviendas recientemente construidas con la estación Buenos Aires y el subte, llevará su nombre.
Pero aún queda un capítulo más, y que llega a nuestros días.
(Continuará)