El comunicado radial en cadena nacional de aquel 26 de julio de 1952 emitía la noticia jamás querida: a las 20.25 había fallecido Evita. Con tan solo 33 años de vida dejaba una clara enseñanza sobre el significado de la lealtad, militancia y compromiso social al servicio de una causa popular, que marcaría definitivamente al movimiento peronista, a quien nutrió con su impronta.
El paso a la inmortalidad de Eva Duarte de Perón fue el fin de un calvario. Una enfermedad poco conocida había consumido su cuerpo, aun cuando su espíritu de lucha seguía intacto; al punto que ese compromiso inquebrantable con su pueblo la llevó a votar desde la cama -era la concreción del sufragio femenino-, a pocos días de haber sido intervenida quirúrgicamente.
Nada pudo hacer la medicina contra un hecho consumado. La última intervención puesta en manos del especialista internacional George Pack confirmó el cáncer terminal alojado en el cuello del útero.
Desde el inicio del tratamiento, a pesar del decaimiento de su salud, Evita no dejó de trabajar por sus convicciones. Entre otras cosas, publicó el libro autobiográfico “La razón de mi vida”, obra en la que transformó en palabras su experiencia de vida. “Desde que yo me acuerdo cada injusticia me hace doler el alma como si me clavase algo en ella. De cada edad guardo el recuerdo de alguna injusticia que me sublevó desgarrándome íntimamente”, decía.
En ese libro Eva declara su amor incondicional por Juan Domingo Perón y reflexiona que “no debe ser muy difícil morir por una causa que se ama. O simplemente: morir por amor”, a propósito de los días de octubre de 1945 en los que el líder de Justicialismo fue encarcelado y luego liberado por la movilización popular.
Entre muchas de las claves sobre su personalidad, volcadas en su biografía, se encuentra una frase que la pinta en cuerpo y alma “Yo elegí ser ‘Evita’… para que por mi intermedio el pueblo y sobre todos los trabajadores, encontrasen siempre libre el camino de su Líder”.
Lo cierto es que en tan solo ocho años de actividad pública junto a Perón, como un huracán de amor y rebeldía, Evita supo moverse en las más altas esferas del poder y, lo más importante, ganarse el corazón de los desposeídos. Su obra la convirtió en la Abanderada de los Humildes, que reconocieron en su figura y en su quehacer una mano tendida para salir de las injusticias y las postergaciones.
En estos momentos, en los que se conmemora el 69ª aniversario de fallecimiento y mientras nuestro país y el mundo trata de salir de una pandemia feroz por sus implicancias, bien vale recordar la figura ya indiscutible de Evita. Pensar en ella nos haría renovar el esfuerzo y la voluntad de cambio por los que menos tienen, porque su amor, era para sus grasitas, pero en bien de toda la comunidad.