Buenos Aires, la ciudad imposible y que amargaba a los visitantes al punto que éstos se lamentaban que no existieran árboles lo suficientemente altos para colgarse de ellos siempre fue una ciudad de quimeras: desde la puerta a las míticas Eldorado o a la Ciudad de los Césares en el siglo XVI, hasta los sueños de un puente que una Buenos Aires – Colonia, la aeroisla, el Hollywood de arquitectura egipcia nacional y popular de la isla Demarchi, el tren bala a Rosario y Córdoba o la fálica torre la Televisión Digital Terrestre
Muchas de ellas no pasaron del mito o del anuncio electoral pero hubo una obra que, a diferencia de las anteriores, fue un sueño colectivo en un país donde los sueños eran posibles: la Ciudad Deportiva de Boca.
A principios de 1965 el gobierno de Arturo Illia le otorgó a Boca Juniors un sector en el Río de La Plata, adyacente a la Costanera Sur, con el compromiso de la entidad xeneize de ganarle tierra mediante su rellenado para construir una “ciudad deportiva” de 40 hectáreas.
Alberto J. Armando, el Puma, histórico mandatario de la entidad de la ribera definió el proyecto con dos palabras: “Fe y trabajo”.
Cuando el camión volcó su carga de tierra y escombros, el público que observaba cómo se hundían en el río que siquiera parecía notar su presencia, sintió que estaba frente a un proyecto desquiciado. Sin embargo, cientos de camiones después empezaban a emerger una suerte de montículos, la Ciudad Deportiva asomaba y Boca salía campeón. Todo estaba bien, salvo por algunos mal pensados que vaticinaban que el proyecto social escondía un negocio inmobiliario.
Presentado en 1962, durante la efímera gestión de José María Guido y al calor del logro del campeonato de ese año, la iniciativa reconocía sus raíces en un frustrado proyecto que Alfredo López, un viejo presidente de Boca Juniors, presentó en 1947 cuando solicitó a la Municipalidad tierras para su expansión.
Ahogado en medio de la Boca, el club intentó siempre encontrar nuevos espacios: en 1952 adquirió el ex Parque Romano y en 1954 intentó hacerse con el predio de Casa Amarilla.
La Bombonera, el estadio que late, quedaba chico y sin posibilidades de crecer. Sólo quedaba emigrar lejos del puerto y de los conventillos.
La leyenda urbana cuenta que una noche del verano de 1962 Armando paseaba por la Costanera Sur en compañía de José Luis Del Pini, un ingeniero, y que de pronto apareció la idea mágica: crecer sobre el río. Para eso, acudieron a un vecino del barrio, el diputado por la Unión Cívica Radical del Pueblo, Reinaldo Elena, que presentó el proyecto de ley de cesión que, finalmente, fue aprobado. Quién se animaría a decirle que no a Boca que ahora era dueño de una hermosa parcela de agua dulce y barrosa cuyos límites eran la ribera, la calle Humberto I, la Avenida Costanera y el horizonte.
Boca Juniors ya tenía el dónde, ahora faltaba la plata. En realidad, el dinero estaba sólo que en los bolsillos equivocados y para enmendar ese error, la entidad lanzó entre febrero de 1965 y noviembre de 1966, los legendarios Títulos Propatrimoniales que transferirán a la tesorería auriazul la friolera de 2.500 millones de pesos.
“La respuesta del público fue increíble. Y lo increíble reside en que nuestra gente, que en materia deportiva ha sido defraudada tantas veces, haya respondido con una confianza absoluta. Curiosamente hemos logrado más repercusión que la que oportunamente tuvo el Empréstito Patriótico de 1961”, se jactará Armando
Mientras tanto, un promedio de 200 camiones diarios vomitaban el escombro de algo que hoy llamamos AMBA en las fauces de un río que parecía insaciable: 70.000 camiones, más de 300.000 metros cúbicos de tierra y el sueño que asomaba,
“Una vez terminada, será algo así como Venecia en la Argentina”, vaticinaba Mateo Pagés, de la comisión de Obras de Boca Juniors en una comparación que podría ser ambiciosa pero no equivocada: once islas con canales intermedios aptos para ser navegados por embarcaciones deportivas son el nuevo escenario de la quimera cercana. Ya hay más de 30 hectáreas listas.
Para tener una idea de las dimensiones del proyecto sólo basta decir que el volumen de hormigón armado usado para montar los muros de contención equivalían al necesario para construir una torre de 500 metros de altura, con 678 departamentos en los que podrían habitar 3.500 personas.
Estos muros perforaban el lecho del río, para hundirse cinco metros por debajo de él y servían para que la nueva tierra se meta 2.200 metros río adentro. Las obras crecen y anuncian que pronto habrá una isla parquizada y pavimentada, con 3.000 árboles, un morro, caminos interiores y una fuente.
“Para fines de 1967, la Ciudad Deportiva será una nítida y asombrosa realidad”’, asegura Miguel Conté, director de las obras. El hombre sabe de lo que habla, es el ingeniero que conquistó el río para levantar el edificio de SEGBA.
El proyecto no para de crecer y se anuncia un estadio donde vibrarán 140.000 personas sentadas y un microestadio para 30.000 espectadores. Además, la iniciativa considera un amarradero para 500 embarcaciones, campos abiertos para tantos deportes como existen, salones y stands de exposiciones, confiterías, la reglamentaria capilla y vestuarios para 7.200 personas esparcidos en las once islas de la ciudad que será coronadas por, una torre de 160 metros de altura con un comedor giratorio.
“Boca ha emprendido esta obra, para dejar de ser solamente un gran club de fútbol, y transformarse en una institución sociodeportiva de envergadura”, afirma Armando.
Todo esto que hoy parece un delirio fue tomado muy en serio, La municipalidad porteña empieza a estudiar la ampliación de la Avenida Madero y la conclusión del proyecto de autopista, que a través del Puente Madero, unirá Buenos Aires y La Plata.
Mientras tanto, más de 50 pedidos de líneas de colectivos presentan pedidos de cambios de recorridos para llegar a ese nuevo Eldorado.
“Italianos enriquecidos”
Gracias los Prepatrimoniales, que implicaban el ingreso como socio a Boca, para 1967, los xeneizes no sólo son uno de los clubes con mayor masa societaria:200.000 sino que, además, es uno de los más próspero pues se calcula que que la Ciudad Deportiva capitaliza a Boca en 13.000 millones de pesos.
“No por eso despojaremos a River Plate de apodo “millonarios”. ¡En absoluto. Simbólicamente, ellos seguirán siéndolo. Nosotros, en cambio, adoptaremos el más humilde de “italianos enriquecidos”, asegura Armando, tal vez más Puma que nunca..
Otro de los proyectos que flotaron en esos tiempos fue el de comprar el petrolero más grande de YPF para transformarlo en un grupo electrógeno propio para el emprendimiento: los $ 200 millones necesarios para generar los diez megavatios por hora que devoraría la ciudad insular se amortizarían con el hotel flotante para deportistas que se sumaría a esa nave.
Y así llegó el gran anuncio con fecha y hora: En la isla 7 se construirá un estadio para 150 mil espectadores sentados que será inaugurado el “25 de mayo de 1975 a las 11 de la mañana” y no contra un grande de Europa, sino contra un equipo de la D para que Boca lo llene de goles.
Lo que hoy parece inverosímil, en 1967 era casi una consecuencia lógica. Ahí estaban surgiendo las islas, la confitería con pileta, las canchas de tenis, las piletas, el anfiteatro, y las fuentes, el autocine, el parque de diversiones, el camping,…
En medio de los anuncios, Armando daba por descontado que el anhelado Mundial 78 tendría como epicentro el nuevo estadio boquense cuya construcción estaba siendo encarada por Christiani & Nielsen y financiada por el Banco Holandés Unido en el cual el presidente de Boca tenía intereses.
Los 60 terminaron sin lograr la anhelada supremacía continental que quedaba en manos de Independiente, Estudiantes y Racing quienes, además, se coronaban ‘campeones del mundo’ la hegemonía era de cabotaje. Pero el proyecto seguía. Así el 25 de mayo de 1972, el dictador Alejandro Agustín Lanusse, un ‘bostero’ fanático, colocaba la piedra fundamental del estadio, una obra que tendría como respaldo dos rifas gigantes la Cruzada de las Estrellas y la Cruzada de Oro, además salían a la venta adelantada los abonos para los palcos y las plateas.
La quimera de barro
Como siempre, nunca faltaron los agoreros que hablaban de la imposibilidad de construir esa megaobra cimentada en barros recientes. A ellos, Armando les respondía con una ingenieril estadística de pilotes que se sumaban a la isla 7.
1973. A Perón le dio el cuero y volvió. La dictadura no da más y tras 18 años de proscripciones, el peronismo volverá a participar.
Era la oportunidad para Armando que, al fin y al cabo, siempre había sido peronista. Sin embargo, el presidente integró las boletas del lanusismo residual y fue candidato a senador porteño por la Alianza Republicana Federal que llevaba como candidato al brigadier Ezequiel Martínez, el ‘Presidente joven’, para la primera magistratura.
Algunos hablan de un millonarios negocio de venta de patrulleros para la Federal, cosas que dicen…
Ya sabemos qué pasó. La renuncia de Cámpora tras algunas semanas de la elección, la tercera presidencia y la muerte de Perón, López Rega -con quien Armando tenía alguna cuenta pendiente-. la Triple A, Isabel, la hiperinflación… y un almanaque que avanza impiadoso hacia las 11 de la mañana del 25 de mayo de 1975.
Y, finalmente, ese día llegó. Los anuncios, ventas anticipadas, rifas y títulos para realizar en una isla artificial un estadio para 150 mil espectadores sentados era una realidad de una tribuna de hormigón de treinta metros de largo y ocho escaloncitos de altura.
Desde ese 25 de mayo todo sería decadencia y olvido.
Sólo Hugo Orlando Gatti atajando el penal a Vanderley en la final de la Libertadores contra Gremio, torneo que repetiría al año siguiente, y que se coronaría con la conquista de la Intercontinental tras vencer por al Borussia Möenchengladbach alemán, escondería el deterioro acelerado del proyecto digno de un arquitecto del Egipto de los faraones. Además, el Mundial 78 estaba cerca y mejor no hablar de ciertas cosas.
La falta de presupuesto devino en un abandono del mantenimiento y la degradación de lo ya construido tiñeron de óxido y abandono la quimera del barro.
Mientras tanto, el intendente de la dictadura, el brigadier Cacciatore se empeñaba en demoler y construir autopistas por la ciudad y toneladas de viejas casas, muchas de ellas un verdadero patrimonio perdido, se volcaron en la Costanera sur para alejar, aún más a los porteños del río.
Con el tiempo, y sin quererlo, esos cascotes nos regalarían la Reserva Ecológica.
En 1979, Cacciatore, y pese a que Boca Juniors había incumplido, no sólo le amplió el plazo de ejecución de la obra sino que lo liberó de la obligación de construir el estadio.
Pese a que la Ciudad Deportiva era un yuyal que languidecía con algunas atracciones esporádicas, en 1982 Cacciatore dio por finalizadas las obras y le asignó al club la posesión definitiva. 60 hectáreas de relleno, se llevaba 20 más de las estipuladas.
Durante los 80, mientras Argentina hacía el trabajo sucio de la CIA en Centroamérica y se boicoteaban los juegos olímpìcos de Moscú, la isla con la confitería fueron alquiladas a la Cámara de Comercio Argentino Soviética que instaló un centro de exposición permanente de productos exportados desde la Unión Soviética hacia Argentina.
En esos tiempos, la Ciudad Deportiva se desarrollaban actividades ligadas al deporte y la recreación, además de los servicios tenía pileta, canchas de fútbol y una confitería. También disponía estaba el Parque Genovés con algunos juegos. Babilonia era una modesta aldea, la ciudad a la que comparaban con Brasilia por sus lagos y puentes no pasaba de un modesto barrio de monoblocks cachuzos.
La decadencia
En 1989, al inicio de la presidencia de Carlos Saúl Menem, el congreso sancionó una ley que ampliaba el espectro de usos que podrían tener las tierras boquenses que podrían ser destinadas a complejo balneario, náutico, turístico, hotelero, comercial y centro habitacional. Asimismo, le dio al club la potestad de vender los terrenos que estaban sumidos en un abandono creciente.
Con esa licencia, el predio fue vendido en 1992 a la sociedad Santa María del Plata por un valor cercano a los 50 millones de dólares, que Boca Juniors destinó a construir instalaciones en Casa Amarilla, terrenos que le habían sido cedidos por el municipio porteño.
En 1997 el grupo IRSA compró Santa María y, con ella, los terrenos que fueron abandonados ante la imposibilidad de construir una prolongación de Puerto Madero hacia el sur por motivos de calificación de las zonas y, además, porla instalación de asentamientos.
Precisamente, la deslocalización y urbanización, por un lado, y el aval de la legislatura porteña para construir en las 71 hectáreas, de las cuales 47 deberán ser un parque público, vuelven a poner en valor esos predios.
El viejo Solares de Santa María,será ahora Costa Urbana un proyecto de 750 mil metros cuadrados y más de 1800 millones de dólares por el que IRSA pagará a la Ciudad 250 millones en divisa en concepto de compensaciones por la rezonificación del terreno que ahora tendrá usos mixtos.
Al final no se tratará de italianos, pero ciertamente, gracias a esa quimera de barro habrá alguien que podrá ser llamado, una vez más, “enriquecido”.