18 de julio de 1936
“Dale café, mucho café”, ordenó por teléfono Gonzalo Queipo de Llano, teniente general alzado contra la II República por rencores personales y sátrapa de Sevilla.
Se refería al poeta granadino Federico García Lorca acusado por los alzados fascistas de ser “espía de los rusos, estar en contacto con éstos por radio, haber sido secretario de Fernando de los Ríos y ser homosexual”.
Horas más tarde, Lorca fue trasladado al pueblo de Víznar donde pasó su última luna amontonado junto con otros detenidos en una prisión improvisada.
A las 4:45 del 18 de agosto, fue fusilado en el camino que lleva de Víznar a Alfacar. Lo mataron bajo un olivo y con la luna como testigo.
Su carne se pudrió en una fosa común en compañía de quienes fueran el maestro nacional, Dióscoro Galindo, y los banderilleros anarquistas Francisco Galadí y Joaquín Arcollas, ejecutados con él.
Ante los rumores de la muerte del poeta, el escritor inglés H. G. Wells envió el siguiente despacho a las autoridades militares de Granada: “H. G. Wells, presidente Pen Club de Londres, desea con ansiedad noticias de su distinguido colega Federico García Lorca, y apreciará grandemente la cortesía de una respuesta-“
La respuesta fue lacónica: “Ignoro lugar hállase D. Federico García Lorca.—Firmado: Coronel Espinosa.”
En ‘Poeta en Nueva York’ Federico había escrito:
“Cuando se hundieron las formas puras
bajo el cri cri de las margaritas,
comprendí que me habían asesinado.
Recorrieron los cafés y los cementerios y las iglesias,
abrieron los toneles y los armarios,
destrozaron tres esqueletos para arrancar sus dientes de oro.
Ya no me encontraron.
¿No me encontraron?
No. No me encontraron.
Pero se supo que la sexta luna huyó torrente arriba,
y que el mar recordó ¡de pronto!
los nombres de todos sus ahogados.”
Al enterarse del crimen, Antonio Machado escribió: “Se le vio, caminando entre fusiles, por una calle larga, salir al campo frío, aún con estrellas de la madrugada. Mataron a Federico cuando la luz asomaba”.
La Viola Chilensis, la “dulce enemiga de la zarzamora”, Violeta Parra le cantaría:
“Así el mundo quedó en duelo
y está llorando a porfía
por Federico García
con un doliente pañuelo;
no pueden hallar consuelo
las almas con tal hazaña.
¡Qué luto para la España,
qué vergüenza en el planeta
de haber matado a un poeta
nacido de sus entrañas!”
Por su parte, Salvador de Madariaga en su Elegía en la muerte de Federico García Lorca escribiría años después:
“Dos cristales de luz negra
brillaban en su mirada.
En su boca relucían
cristales de sombra blanca.
El pelo, noche sin luna.
La tez, oliva y naranja.
El gesto, ensalmo gitano.
La voz, bordón de guitarra.
Y en el alma, ancha y florida,
la Vega de su Granada.”
Su asesino fue honrado con el marquesado de Queipo de Llano y murió convertido en terrateniente, hacendado, cazador, ganadero y cultivador. En su imperio, sólo entre julio de 1936 y febrero de 1937 fueron arrojados a la fosa común del cementerio de Sevilla 3028 cadáveres anónimos.
“Pero no quiero mundo ni sueño, voz divina,
quiero mi libertad, mi amor humano
en el rincón más oscuro de la brisa que nadie quiera.
¡Mi amor humano!”
Dirá, en futuro perfecto, el poeta.