Eran momentos muy difíciles, la crisis del año 2001 se precipitaba producto de una serie de desaciertos del gobierno de la Alianza con serios riesgos para la institucionalidad del país. Entonces surge la posibilidad de sentar en una mesa a la dirigencia política junto a la Iglesia Católica para pensar una salida al conflicto.
El primer encuentro fue a mediados de diciembre de 2001 y su presentación formal el 14 de enero de 2002 en el Convento de Santa Catalina. La mesa contaba con Carmelo Angulo Barturen, embajador de las Naciones Unidas, el presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, Estanislao Karlic; el arzobispo de Buenos Aires y hoy Papa, Jorge Mario Bergoglio, y Monseñor Casaretto presidente de la Comisión Pastoral y de Cáritas.
Encabezados por Eduardo Duhalde, quien cumplía el mandato de presidente de la Nación, ese organismo comenzaba a desarrollar una tarea enorme para acordar medidas en común que ayudaran a salir de la crisis y sentar la bases de un país con un horizonte cierto.
De esa mesa, donde también estaban representados sectores empresarios y gremiales podemos mencionar dos políticas que venían a atender las necesidades más urgentes, como fueron el Plan Jefas y Jefes de Hogar y el Pan Remediar (destinar medicamentos a los sectores desprotegidos).
Aquel encuentro significó un espacio de diálogo en medio de la más profunda crisis de los últimos cuarenta años y demostró que más allá de los intereses sectoriales, de las disputas políticas y de las diferencias ideológicas había un bien superior que defender: la integridad de la nación y los derechos humanos básicos de los argentinos.
Este modelo empleado en un momento muy duro de la Argentina que sirvió para fomentar la paz principalmente, siempre fue rescatado en años que le sucedieron. Hoy a 20 años de aquella experiencia se hace necesario repensarla y retomar espacios de consensos.
La grieta que tanto se fomenta, no es por si sola una traba, frente a la discusión de rol del Estado, pero en momentos en los que la inflación lleva tanto tiempo perforando el bolsillo de todos, pero especialmente de la clase media y los más humildes, es hora de revitalizar el diálogo como mecanismo de encuentro para saldar diferencias.
La política es una maravillosa herramienta de cambio, los pueblos con gran participación se han nutrido de ella, para desarrollarse. El ser humano puede desarrollarse en una comunidad que se desarrolla, como decía el general Perón, pero necesitamos de grandes acuerdo y eso se posibilita con el diálogo fecundo.
La política con mayúscula se evidencia en esos momentos difíciles que se obra con base en grandes principios y se actúa pensando en el bien común de la sociedad a largo plazo.