María Remedios del Valle, la mujer, negra, niña, capitana y madre que acompañará a Belgrano en el billete de $500 falleció el 8 de noviembre de 1847.
O tal vez el 28 de octubre, o el 30. O el 3 de noviembre. En realidad no estamos muy seguros de la fecha exacta de su muerte. La fijamos el 8 porque así lo dice una ley, la 26.852, promulgada de hecho el 24 de abril de 2013 con la firma del ex vicepresidente Amado Boudou que establece en la deplorable sintaxis legal que el 8 de noviembre será el “Día Nacional de los/as afroargentinos/as y de la cultura afro” en conmemoración de María Remedios del Valle, a quien el General Manuel Belgrano le confirió el grado de Capitana por su arrojo y valor en el campo de batalla.”
Pero, ¿quién fue María Remedios del Valle, esa mujer negra que a diferencia de otros protagonistas del panteón de leyendas constitutivas de la identidad patriótica como el tamborcito de Tacuarí, el sargento Cabral y Falucho logró una biografía y un reconocimiento unánime y judicial por parte de una constelación de guerreros de la independencia que declararon en su favor para lograr que se le reconozcan méritos y servicios que la hicieran merecedora de una pensión?
En principio fue una de las centenares de mujeres procedentes de los grupos más postergados de la sociedad que durante la militarización del proceso independentista decidió mantener unido a su grupo familiar para lo cual acompañaron a sus hombres al frente de combate y se instalaron con ellos en sus campamentos o en las cercanías para mantener, de algún modo, sus vínculos.
El esbozo de una vida
Porteña, sospechamos que nació en 1766 o 1767 y hay testimonios que la ubican durante la segunda invasión inglesa al Río de la Plata como auxiliar del Tercio de Andaluces. “Durante la campaña de Barracas, asistió y guardó las mochilas para aligerar su marcha a los Corrales de Miserere”, apuntó el comandante de ese cuerpo de milicianos.
En la sociedad de castas del Plata, María Remedios, reportaba como parda o morena y sabemos que marchó junto con la Expedición auxiliadora a las provincias interiores que partió de Buenos Aires el 20 de junio de 1810, acompañando a su esposo y sus dos hijos de los cuales uno era adoptivo. Marcharon junto a la división del comandante Bernardo de Anzoátegui, capitán de la sexta compañía del batallón de artillería volante con la que recorrió los 2.200 kilómetros que la separan de la Villa Imperial del Potosí a la que llegaron en diciembre.
El 20 de junio de 1811, a un año exacto después de su partida, la expedición patriota fue diezmada a orillas del río Desaguadero, que divide las jurisdicciones dependientes de Lima y Buenos Aires, en el desastre de Huaqui y acompañaron a los despojos de la división Anzoátegui en su retorno a Potosí. Más tarde, volvieron a retroceder hasta Jujuy a las órdenes del sexagenario coronel José Bolaños, un cuyano de San Juan que a pesar de haber sido abandonado por sus tropas en Huaqui, se las rebuscó para volver a la pelea.
María Remedios y familia participaron bajo el mando del general Manuel Belgrano en la victoria de Tucumán. Fue en la víspera de la batalla que se presentó ante Belgrano a quien le solicitó que le permita atender a los heridos en las primeras líneas de combate. Pese a la negativa, se llegó al frente donde alentó y asistió a los soldados que comenzaron a llamarla la Madre de la Patria. Tras la victoria, el 24 de septiembre de 1812, Belgrano la nombró capitana de su ejército.
También estuvieron presentes en Salta, el 20 de febrero de 1813, y, otra vez en tierras altoperuanas en las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma , ocurridas el 31 de septiembre y 14 de noviembre de 1813. En el período comprendido por estas cuatro batallas, cayeron su marido y sus dos hijos.
Fue precisamente en la pampa de Ayohuma donde sufrió una herida de bala, tras la cual cayó prisionera de los realistas quienes la desnudaron y luego fue sometida a nueve días de azotes públicos durante los cuales estuvo en capilla en siete ocasiones, es decir se la preparó para ser fusilada, tras lo cual, algunas fuentes sostienen que pudo escapar y reintegrarse al ejército donde sirvió a las órdenes de Martín Miguel de Güemes, primero, y de Juan Antonio Álvarez de Arenales, después, empuñando las armas y ayudando a los heridos en los hospitales de campaña.
De un modo que nos es desconocido logró retornar a Buenos Aires donde sus rastros se pierden hasta 1826, en La Trinidad, tal el nombre de la ciudad repoblada por Garay, y según el historiador salteño Carlos Ibarguren, vivió en un rancho en la zona de quintas, y recorría los atrios de las iglesias de San Francisco, Santo Domingo y San Ignacio, así como la Plaza de la Victoria en cuyos portales mendigaba ofreciendo pasteles y tortas fritas o alimentándose de las sobras que recibía de los conventos para poder sobrevivir.
Según, Ibarguren, se hacía llamar Capitana y mostraba sus cicatrices para relatar sus andanzas en la guerra a un público que solía creerla loca.
Al rescate de la Capitana
Así era la vida de María Remedios, que oscilaba los 60, cuando el general Juan José Viamonte la reconoció: “¡Usted es la Capitana, la que nos acompañó al Alto Perú, es una heroína!”, a lo que ella le respondió enumerando cuántas veces el personal doméstico del militar la había espantado como pordiosera cuando ella había ido a pedir ayuda.
Así se inició la gestión para que se le concediese una pensión por los servicios que ella, su marido y dos hijos prestaron a la patria.
En este trámite testimoniarán a su favor -y con fervor- tres generales: Juan José Viamonte, Eustoquio Díaz Vélez, Juan Martín de Pueyrredón, y tres coroneles: Hipólito Videla, Manuel Ramírez y Bernardo de Anzoátegui, todos ellas figuras destinatarias de gran reconocimiento social.
Con el patrocinio del coronel Manuel Rico, el expediente se inició el 23 de octubre de 1826: “Doña María Remedios del Valle, capitana del Ejército”, se presenta y recuerda que “por alimentar a los jefes, oficiales y tropas que se hallaban prisioneros por los realistas, por conservarlos, aliviarlos y aún proporcionarles la fuga a muchas, fue sentenciada por los caudillos enemigos Pezuela, Ramírez y Tacón, a ser azotada públicamente por nueve días.”
Tras recordar que recibió “seis heridas de bala, todas graves” y que “ha perdido en campaña disputando la salvación de su Patria su hijo propio, otro adoptivo y su esposo”, pone de relieve que sirvió “en el Estado Mayor del Ejército Auxiliar del Perú como capitana ; con sueldo, según se daba a los demás asistentes” y recalca que quedó “abandonada sin subsistencia, sin salud, sin amparo y mendigando”, por lo cual reclama su “derecho a la gratitud argentina”, aunque advierte que espera “la recompensa que se crea justa a su mérito, si su color no le hace indigna al derecho que le otorga al mérito y a las virtudes”.
El 20 de noviembre declara el ex Director Supremo, Juan Martín de Pueyrredón quien precisa que en la época de los hechos detallados por “la suplicante”, él no se encontraba en el Ejército Auxiliar, pero indica por la “comunicación con todos los jefes” y por “notoriedad de todo orden que prestó en él la exponente en sus situaciones prósperas y adversas, les dio tal publicidad, que me permite creerlos ciertos y considerarla acreedora a ser recompensada”.
La segunda declaración es la del coronel Bernardo de Anzoátegui, quien el 18 de diciembre expone que puede “asegurar en obsequio de la justicia que se portó con toda honradez, cuidando indistintamente a todos los soldados, cabos y sargentos, remendándolos y lavando su ropa, aún a los oficiales, y en fin, no habrá uno que haya estado en el Ejército del Perú que no le consten los servicios que ha prestado esta infeliz.”
El 20 de diciembre expone su mayor valedor, el general Juan José Viamonte, quien recuerda que María Remedios dejó la ciudad “con las tropas que abrieron los cimientos a la independencia del país” y sostiene que “no puede negársele un respeto patriótico”.
La declaración del general Eustoquio Díaz Vélez en el expediente está en gran parte borrada, pero muestra un elemento nuevo: su rol en la guerra de partidarios y que habría sido la razón de la crueldad de los realistas: “Siempre fueron relevantes los servicios de esta benemérita mujer, así en la asistencia de los heridos y enfermos, como en las guerrillas”
Por su parte, el coronel Hipólito Videla, quien compartió cautiverio con María Remedios tras la derrota de Ayohuma, declara el 17 de enero de 1827 que en esa acción “también cayó ella, herida de bala” y destaca que la función de ella era “servir en los hospitales y animar en las líneas, aún el acto de la lucha”.
Tras estos testimonios, Miguel Rebelo, en representación de María Remedios, solicita que se le pague lo adeudado desde la disolución del ejército hasta esa fecha a lo que las autoridades solicitan documentación de respaldo del pedido. “Seis cicatrices feroces de bala y sable. Su caro esposo, un hijo y un entenado que han expirado en las filas de los libres”, responde el representante que solicita la suma de seis mil pesos que le permitan a María Remedios salir de su vida “cansada”.
Sin embargo, el 6 de marzo, la Inspección General, indica que no está entre sus facultades disponer ese tipo de compensaciones por lo cual el ministro de Guerra, Eustoquio Fernández de la Cruz, el 24 de marzo dispone que se presente ante la Honorable Junta de Representantes de la provincia de Buenos Aires para obtener una segunda instancia por lo cual iniciará un expediente el 25 de septiembre de 1827 que será tratado recién el 18 de julio del año siguiente.
Nuevamente Viamonte, ahora como diputado por Ensenada, Quilmes y Magdalena, será quien lidere el reclamo de justicia: “Esta mujer es realmente una benemérita. Ella ha seguido al ejército de la patria desde el año 1810. No hay acción en que no se haya encontrado en el Perú. Era conocida desde el primer general hasta el último oficial en todo el ejército. Ella es bien digna de ser atendida porque presenta su cuerpo lleno de heridas de balas, y lleno además de cicatrices de azotes recibidos de los españoles enemigos y no se la debe dejar pedir limosna como lo hace.”
Para intentar ablandar el súbito amor por la disciplina fiscal de alguno de sus colegas, razona que María Remedios tendría alrededor de “unos 60 o más años, y que al cabo debe morirse pronto”, por lo cual tampoco sería tan grande el desembolso del erario.
Sin embargo, el diputado por la ciudad, Marcelo Gamboa, solicitó documentos que acreditaran el merecimiento de la pensión, a lo que Viamonte respondió: “Yo conocí a esta mujer en el Alto Perú y la reconozco ahora aquí, cuando vive pidiendo limosna. Esta mujer es realmente una benemérita. Ella ha seguido al Ejército de la Patria desde el año 1810. Es conocida desde el primer general hasta el último oficial en todo el Ejército. Es bien digna de ser atendida: presenta su cuerpo lleno de heridas de balas y lleno, además, de cicatrices de azotes recibidos de los españoles. No se la debe dejar pedir limosna […] Después de haber dicho esto, creo que no habrá necesidad de más documentos.”
“Yo no conozco a esta infeliz mujer que está en un estado de mendiguez y esto es una vergüenza para nosotros. Ella es una heroína, y si no fuera por su condición, se habría hecho célebre en todo el mundo. Sirvió a la Nación pero también a la provincia de Buenos Aires, empuñando el fusil, y atendiendo y asistiendo a los soldados enfermos”, abundó Francisco Silveyra, también diputado por Quilmes, Ensenada y Magdalena
Tomás Manuel de Anchorena, otro diputado que conocía a María Remedios, por haber sido secretario de Belgrano durante la campaña del Perú destacó la participación de María Remedios en las acciones militares “en competencia incluso con el soldado más valiente” y precisó que Belgrano la tenía en tal alta estima que dejaba que ella acompañara al ejército pese a ser conocido que no sólo no aceptaba mujeres entre su tropa, sino que tampoco era favorecedor de los regimientos de castas. “Era la única que tenía la facultad para seguirlo” .
“Era el paño de lágrimas, de todos aquellos jefes y oficiales y demás individuos a quienes pudiera servir sin el menor interés. Yo los he oído a todos, a voz pública hacer elogios de esta mujer por esa oficiosidad y caridad con que cuidaba a los hombres en la desgracia y miseria en que quedaban después de una acción de guerra: sin piernas unos, y otros sin brazos, sin tener auxilios ni recursos para remediar a sus dolencias. De esa clase era esta muger. Si no me engaño, ese título de Capitana del ejército se lo dio el General Belgrano.No tengo presente si fue en Tucumán o en Salta, que después de esa sangrienta acción que entre muertos y heridos quedaron 700 hombres sobre el campo, oí al mismo Belgrano ponderar la oficiosidad y el esmero de esta mujer en asistir a todos los enfermos que ella podía asistir […] Una muger tan singular como ésta entre nosotros debe ser el objeto de admiración de cada ciudadano, y adonde quiera que vaya de ellas debía ser recibida en brazos y auxiliada con preferencia a un General…”, sostuvo Anchorena, tras cuya intervención se votó reconocerle un sueldo correspondiente al grado de capitán de Infantería, que se abonaría desde el 15 de marzo del año 1827, fecha en la que se inició la solicitud ante el Gobierno. Además, y a pedido del diputado Ceferino Lagos, se propuso que se escriba una biografía para que se publicase en los periódicos y que se erigiese un monumento en su memoria. Por supuesto, se conformó una comisión con los resultados esperados: nada. En 2013, un proyecto ramplón de la senadora Ada Itúrrez pretendió lo mismo con idénticos resultados.
Por unanimidad, los diputados votaron el otorgamiento de una pensión: “Julio 18 de 1828. Acordado: Se concede a la suplicante el sueldo de capitán de infantería, que se le abonará desde el 15 de marzo de 1827”
Todo este movimiento laudatorio por 30 pesos mensuales a pagar desde el mismo día que María Remedios del Valle había iniciado el trámite, y no desde la disolución del ejército, tal el pedido inicial. En ese entonces, en la gran aldea,una lavandera ganaba 20 pesos mensuales contra los apocalípticos 666 del gobernador.
Vivir no era barato: una libra de aceite 1,45 pesos, la de carne dos, mientras que la yerba estaba a 0,70.
Estas disposiciones hicieron de María Remedios una de las tres mujeres que percibieron haberes de militares de oficia, una situación compartida con Manuela Hurtado de Mendoza, la Tucumanesa, que revistó como subteniente de infantería durante las invasiones inglesas, y con otra mujer de nombre desconocido, pero que habría actuado en los regimientos de Dragones de la Patria y de Húsares destinados en la Banda Oriental
El 28 de julio de 1828 el expediente pasó a la Contaduría General y el 21 de noviembre de 1829, fue ascendida a sargento mayor de caballería. El 29 de enero de 1830 fue incluida en la Plana Mayor del Cuerpo de Inválidos con el sueldo íntegro de su clase. Entre enero y abril de 1832 y entre el 16 de abril de 1833 y el 16 de abril de 1835, figuró en listas con sueldo doble.
El 16 de abril de 1835 fue destinada por decreto del gobernador Juan Manuel de Rosas a la plana mayor activa con su jerarquía de sargento mayor y, además, le aumentó su pensión de 30 pesos en más del 600 %.
Tras ese decreto, María Remedios pasa a figurar con el nombre de Remedios Rosas. En la lista del 28 de octubre de 1847 aparece su último recibo por una pensión de 216 pesos.
En la lista siguiente, la del 8 de noviembre de 1847, una fría nota marginal indica que “el mayor de caballería Dña. Remedios Rosas falleció”.
Del expediente al mito
El reconocimiento de María Remedios se da tras la disolución del Directorio en 1820 y en el marco posterior a la guerra contra el Imperio del Brasil que derivó en la secesión definitiva de la Banda Oriental. Los viejos guerreros de la independencia necesitaban material simbólico que justificase sus heridas de ayer sus disputas por organizar algo parecido a una patria que parecía existir más en el patrimonio simbólico de los que no teniendo nada habían dado todo que en las elites dirigentes.
Otra fuente para conocer a María Remedios son las Memorias del general Gregorio Aráoz de Lamadrid finalizadas en 1841 y publicadas en 1895. El tucumano la presenta como una “morena hija de Buenos Aires llamada tía María y conocida por madre de la Patria”
“Mientras duraba este horroroso cañoneo como a las 12 del día 14 de noviembre y con un sol que abrasaba. Esta morena tenía dos hijas mozas y se ocupaba con ellas en lavar la ropa de la mayor parte de los jefes u oficiales, pero acompañada de ambas se la vio constantemente conduciendo agua en tres cántaros que llevaban a la cabeza. Desde un lago o vertiente situado entre ambas líneas y distribuyéndola entre los diferentes cuerpos de la nuestra y sin la menor alteración”, cuenta Lamadrid.
Sí, Lamadrid nos revela que las famosas Niñas de Ayohuma, no eran unas cándidas patricias altoperuanas como las que canonizaron los libros escolares sino tres negras cuarteleras. Una afirmación que ratifica en su trabajo Sobre las memorias póstumas del Brigadier General D. José M-Paz: “Una célebre parda, creo llamada María, que seguía al ejército nuestro, no recuerdo si con una ó dos hijas, y que le llamaban la madre de la patria y que ha muerto aquí en Buenos Aires no hace muchos años, andaba con sus hijas entre las balas de cañón enemigo, arreando agua en cántaros a la cabeza y alcanzándola a los cuerpos de nuestra línea, por más de media hora que duró el cañoneo.”
El general José María Paz, en sus Memorias escritas en 1848, apunta: “Allí reaparece en su memoria el accionar valiente de María, la Madre de la Patria, quien, junto a sus dos hijas, en el medio del intenso cañoneo realista llevaba cántaros de agua en la cabeza y les acercaba a los soldados de la línea patriota. Una célebre parda, creo llamada María, que seguía al ejército nuestro, no recuerdo si con una ó dos hijas, y que le llamaban la madre de la patria y que ha muerto aquí en Buenos Aires no hace muchos años, andaba con sus hijas entre las balas de cañón enemigo, arreando agua en cántaros a la cabeza y alcanzándola a los cuerpos de nuestra línea, por más de media hora que duró el cañoneo”.
Esa imagen de Lamadrid y Paz es tomada por Bartolomé Mitre en su Historia de Manuel Belgrano y la independencia argentina publicada en 1857 en la que impondrá el nombre “las niñas de Ayohuma”.
“Nunca se ha hecho un elogio más grande de las tropas argentinas, y merece participar de él una animosa mujer de color, llamada María, a la que conocían en el campamento patriota con el sobrenombre de Madre de la Patria. Acompañada de dos de sus hijas con cántaros en la cabeza, se ocupó durante todo el tiempo que duró el cañoneo, en proveer de agua a los soldados, llenando una obra de misericordia como la Samaritana, y enseñando a los hombres el desprecio a la vida”, abunda don Bartolo.
Con más dudas que datos se sigue construyendo el mosaico litúrgico. En Caras y Caretas, el 7 de septiembre de 1935 se publica Las samaritanas de Ayohuma, de Eros Nicola Siri, donde hace a María la viuda de un rebelde cochabambino fusilado por orden del general José Manuel de Goyeneche y madre de Lucia de veinticinco años y Blanca de veinte.
“Las valientes mujeres de Ayohuma”, titulará una de sus lecturas Manantial, un libro para cuarto grado editado en 1972. “Una de ellas es alta, delgada, piel parda y avanzada edad. Es María Remedios del Valle. La acompañan sus dos hijas”.
Al fin, llegó a las aulas. Sin embargo, pareciera, como los nadies, como siempre, seguir siendo invisible.