Como sostiene Facundo Manes, “un niño que crece en la indigencia no accede a una alimentación saludable; en consecuencia, la maduración de su cerebro puede verse afectada. Esto se debe a que las carencias nutricionales traen aparejadas deficiencias cognitivas. Por ejemplo, la carencia de hierro en los primeros años de vida está asociada a comportamientos deficitarios en el lenguaje, la motricidad y áreas socioafectivas”.
Por su parte UNICEF advierte que la supervivencia, la protección y el desarrollo de los niños son imperativos de desarrollo de carácter universal y forman parte integrante del progreso de la humanidad.
La implementación de políticas que tienden a reducir las disparidades entre los hogares y mejorar los esquemas de protección de ingresos son centrales para mejorar la vida de millones de niños. Si nada cambia, la indigencia infantil llegará al 30 y la pobreza, al 70%.
Los datos son alarmantes y resulta imperioso ampliar las partidas presupuestarias destinadas a las políticas de ingreso a los hogares más humildes, para evitar que más niños caigan en la pobreza extrema.
La protección de las infancias no puede esperar más y no debe estar sometida a mezquinos avatares políticos. Es responsabilidad del Gobierno nacional implementar políticas que pongan freno al continuo deterioro social y atiendan la necesidad de los más vulnerables.