Se cumplen 50 años del fallecimiento del General Juan Domingo Perón, un lluvioso y frío 1 de julio de 1974 en el que se nos helaba el corazón. No por inesperada, dado que el anciano estadista estaba atravesando un delicado estado de salud, la noticia cayó como un mazazo sobre el conjunto de los argentinos.
Perón transitaba su tercer mandato como presidente de la República. Había regresado al país en 1973 tras un largo exilio de 18 años con el anhelo de pacificarlo y lograr su desarrollo; pero su sueño y enorme esfuerzo, puesto de manifiesto en la búsqueda de consensos para un pacto social, quedó trunco. Las presiones por izquierda o por derecha demostraban la incomprensión del tiempo oscuro que se avecinaba.
En 1945, siendo un militar brillante y con próspero futuro, cambió los cuarteles por la política con centro en la defensa de los trabajadores, con quienes siempre mantuvo una comunicación franca y directa. Siempre entendió y fue entendido, por ello organizó el movimiento político más importante de Latinoamérica.
Desde la más alta magistratura impulsó una verdadera revolución política, económica y social, en la que el país alcanzó grandes avances en todos los órdenes, especialmente en materia de derechos laborales y atención de los más vulnerables, como los niños y los ancianos.
Es que Perón prometió y cumplió. Las obras que dejó son su mejor testimonio y cuanto más atacado más se engrandece, porque su figura quedó grabada a fuego en el corazón del pueblo y atraviesa generaciones que lo recuerdan con respeto, lo estudian y levantan sus banderas.
El líder justicialista decía que “sólo la organización vence al tiempo” y que “para un argentino, no hay nada mejor que otro argentino”. Recordarlo en estas líneas no significa un ejercicio nostálgico, sino la reivindicación de un hombre que entendió el tiempo que le tocó vivir y comprendió el valor de la política como herramienta para modificar la realidad.
En momentos en los que el país y el mundo atraviesan una etapa en la que la actividad política sufre, con razón o sin ella, de un alto desprestigio en la sociedad, vale la pena reivindicar a quien fuera tres veces presidente por el voto popular e hiciera de la política un verdadero magisterio.
A medio siglo de su partida, el legado de Juan Domingo Perón, además de las realizaciones, es una doctrina profundamente humanista que sigue vigente porque enumera un conjunto de principios, valores e ideas que lejos de quedar perimidas nos interpelan profundamente. El desafío de la hora y frente a la crisis que enfrentamos es reinterpretar el justicialismo y ofrecerlo como una praxis que transforme definitivamente a la Argentina.