En su ya habitual ronda de expresiones cargadas de insultos, descalificaciones y mentiras el presidente Javier Milei la emprendió contra las figuras de Raúl Alfonsín y Eduardo Duhalde para acusarlos de haber conspirado y ejecutado un golpe de estado que le costó el gobierno a Fernando de la Rúa en diciembre de 2001.
Se sabe que la embestida de Milei contra personajes públicos no es nueva. Para citar algunos casos, en 2020 el libertario desde la televisión calificó al Papa Francisco de “imbécil” y lo acusó de ser “el representante del maligno en la Tierra”.
Años después, en plena campaña electoral y ya como candidato presidencial acusó a Patricia Bullrich de “poner bombas en jardines de infantes” durante su juventud. Esto le valió el inicio de un juicio penal por parte de la candidata de JxC y entonces el libertario debió aclarar: “Puso una bomba contra el intendente de facto de San Isidro y eso le causó heridas a un menor. De ahí la confusión con que ponía bombas en los jardines de infantes… Sigue siendo una montonera tira bombas que tiene las manos manchadas de sangre. Me encanta que vayamos a juicio porque va a tener que contar lo que hizo en los años ’70. Además, cobró una indemnización por lo que hizo en esos años”.
Una vez presidente, Milei recompuso su relación con Francisco luego de que éste le concediera un cristiano perdón y Bullrich terminó como ministra de Seguridad del nuevo gobierno, soltándole la mano a Mauricio Macri y convertida en una verdadera fanática del “Javo”.
Lo dicho, Milei manifiesta una constante práctica de atacar ideas, personas y países con cierto aire de personaje de ficción de comic, desbocado y compulsivo, pero nada es casual en ese “carácter explosivo”. No hay tal indignación espontánea sino que forma parte de una estrategia perfectamente estudiada para gobernar, centrada en llamar la atención, construir la agenda de la que se habla en los medios y mantener la llama de la ira tanto a uno y otro lado de la grieta, haciendo uso y abuso de la posverdad, sobre la que construye su idea de “la casta”.
Quienes vivimos la deriva del gobierno de Fernando De la Rúa, desde la renuncia de su vicepresidente, Carlos “Chacho” Álvarez, antes del primer año de mandato, hasta la profunda crisis económica que culminó con el “Corralito” y el “Megacanje” de Cavallo, saqueos y la represión del 19 y 20 de diciembre de 2001 que causó 39 muertos y 500 heridos en todo el país, sabemos que acusar a Alfonsín y Duhalde de golpismo es una patraña que encierra un profundo desprecio por la verdad histórica.
Paradójicamente, de aquella monumental crisis se salió gracias al funcionamiento de las instituciones de la República y no violando la Constitución. Las fuerzas políticas mayoritarias y buena parte de la sociedad civil a través de la mesa del Diálogo Argentino, patrocinada por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo y la Iglesia Católica, en la figura del Cardenal Jorge Bergoglio, encauzaron los meses más difíciles de los 40 años de democracia que hoy estamos viviendo.
Quienes creemos en la convivencia y el respeto como sistema de gobierno y estilo de vida no podemos menos que lamentar y rechazar expresiones como las de Milei, escudado en un fabuloso aparato de comunicación que utiliza medios y redes para sembrar discordia y odio para mantener viva aquella frase: “Miente, miente, miente que algo quedará, cuanto más grande sea una mentira más gente la creerá”.