19 de octubre de 1928
En el diario Crítica un dibujante llamado Dante Quinterno hace aparecer en su tira Las aventuras de Don Gil Contento, el antiguo Porteño optimista, a un personaje cuya llegada había sido anunciada mediante un aviso: “Don Gil Contento adoptará al indio Curugua-Curiguagüigua”.
“¡Guagua pirague!, ¿vos sos meu mentor, chei?. Curugua- curuguaguigua te saluda”, dice el patagónico asomado a la puerta de un vagón de carga que lo traía del sur, a lo que don Gil responde: “¡Por fin llegaste Patoruzú! Te bautizo con ese nombre porque el tuyo me descoyunta las mandíbulas”.
Sería el director de Crítica, Carlos Muzio Sáenz Peña, quien le insistiría a Quinterno que cambie el nombre por “algo criollo y pegadizo, como la pasta de orozuz” en referencia a un caramelo negro y dulce muy demandado en esos tiempos. Era el primer nacimiento de Patoruzú, el “último de los tehuelches gigantes” que llegaba a Buenos Aires acompañado por Carmela, su ñandú, para ser adoptado por don Gil quien lo recibiría como legado de un tío recientemente fallecido y que supo ser tutor y patrón de Curugua.
En esa primera aparición de sólo 17 viñetas, ya se ven algunos de los rasgos de su idiosincrasia: noble, confiado con un matiz ingenuo, generoso. El indio se aparece con una bolsa de monedas de oro que, según don Gil, “no sirven para nada”, aunque, finalmente, la estafa del porteño avivado no llegará a consumarse y el fracasado estafador se lamenta de que esa fortuna esté en manos de un ignorante al que debió enseñarle modales, cómo funciona la energía eléctrica y para qué sirve el transporte público. La futura y aleccionadora díada entre Patoruzú y el próximo Isidoro Cañones está servida. Pero duró poco, fue levantada el 21 de octubre.
El segundo nacimiento
“,,,un indio güenazo, hijo de un difunto cacique tehuelche amigo mío, pa’ que lo sigas apadrinando… Tratalo como a un hermano y civilizalo, si podés. Tené en cuenta que es un indio jovencito y muy rico, hablando en plata”, escribe, póstumo, el tío Rudecindo a su sobrino, don Julián de Montepío, un porteño taimado, vanidoso y parasitario lleno de acreedores que financian su vida de playboy en compañía de Lolita, su novia.
Alejado de Crítica, desde diciembre de 1928, Quinterno podrá sus plumines al servicio del diario La Razón donde el 27 de septiembre de 1930 reaparecerá Patoruzú, último de su estirpe y acompañado, ahora, de un ñandú macho llamado Lorenzo, y a quien don Julián intenta convencer que las pepitas de oro que ´custodiaba con celo estaban embrujadas y era, por tanto, necesario deshacerse de ellas.
El público se decantó por el tehuelche y el 11 de diciembre de 1931 el diario decidirá que Patoruzú es un mejor nombre que don Julián de Montepío y empezará a encabezar las viñetas de la tira. En el camino perderá a Lorenzo, asado por un rotisero imprudente, y poco a poco abandonará esa figura casi de opa para pasar lentamente a encarnar al último de una estirpe orgullosa.
“Después de haber estudiado la psicología de los indios que sobreviven en el país (…) me interesó especialmente el más bonachón e ingenuo. Pero es la auténtica personificación del valor, simboliza cuanto de excelso puede contener el alma humana, y en él se conjugan todas las virtudes inalcanzables para el común de los mortales. Es el hombre perfecto dentro de la imperfección humana”, explicaba, en 1931, Dante Quinterno el por qué del tehuelche en una entrevista a la revista Aconcagua.
En realidad, la condición aborigen de Patoruzú es una metáfora en la que lo bueno es lo autóctono y permanente frente a lo liviano de la novedad de lo extranjero, un espejo de la ideología conservadora de Quinterno, quien consideraba que la agitación que vivía la sociedad de los 30 era producto de las ideas avanzadas introducidas por legiones de inmigrantes.
Es que a diferencia del Patoruzú despolitizado que la mayoría de nosotros conoció, el primer tiempo de la historieta del tehuelche tuvo un claro posicionamiento: “Todo argentino que lleve sangre de patriotismo en las venas no debe faltar a la magna cita; hoy, todo argentino debe concurrir a presenciar el desfile de los ínclitos milicos que nos salvaron de la tiranía oficialista”, dijo Julián de Montepío en un en un comentario celebratorio del golpe de estado por el que José Félix Uriburu había derrocado a Hipólito Yrigoyen publicado en la tira de La Razón del 12 de octubre de 1930
Quinterno transmitía su ideario político en una sección llamada Quirosóficas donde Patoruzú aplicaba técnicas milenarias y secretas del Egipto de los Patoruzek para leer la planta de los pies a varios personajes de la política. Conservador pero íntegro, Quinterno hará saber su descontento con los gobiernos de la década infame poniendo de relieve la conducta ética del socialista Mario Bravo, uno de los líderes opositores al régimen.
En otra tira, Patoruzú ofrece a un legislador una empanada, al grito de “¡ya que no trabajás, masticá, chei!”.
Tercer nacimiento
En 1933 Quinterno llevaba adelante dos tiras: Patroruzú e Isidoro Batacazo en la que relataba las aventuras de un oficinista aficionado a los burros y que se publicaba en la página de carreras del diario El Mundo. Ese mismo año, viajó a Estados Unidos y allí se contactó con los estudios Disney de los que aprendió todo lo que un dibujante necesita saber sobre derechos de propiedad intelectual un aprendizaje que disgustó a La Razón por lo cual en diciembre de 1935, Quinterno se llevó a su tehuelche a El Mundo.
Fue la primera reventa de una historieta en Argentina, los derechos eran del autor, que con el traspaso crea el primer sindicato de historietas del país, el Sindicato Dante Quinterno.
Como La Razón siguió publicando una y otra vez las aventuras de Julián y Patoruzú, Quinterno hizo nacer por tercera vez a su personaje franquicia.
En esta tercera versión Patoruzú es un espectador casual de un circo dirigido por Isidoro donde logra vencer al -hasta entonces- imbatible luchador gitano Juaniyo, tras lo cual el parasitario Isidoro decide apadrinar al tehuelche a quien intentará timar y proteger al mismo tiempo. Playboy y ventajero, enclenque y cobarde, pero de buen corazón, Isidoro es el contrapeso de Patoruzú aunque comparte su ideario.
En una aventura recuperada Patoruzú se enfrenta a un capitalista que se apodera de una comunidad toba en el Chaco, lo derrota, recupera las armas robadas a los Patoruzek y las entrega a sus paisanos para “liberarlos de la tiranía” mientras Isidoro advierte sobre la apropiación extranjerizante de “tierras fiscales”.
Este nacimiento trae consigo el inicio de las historias seriadas en episodios, la consolidación de la imagen del cacique y el diseño de un universo propio con personajes recurrentes y una historia propia. Así, en 1937, los lectores conocerán su carácter de terrateniente gracias a una visita de Ñancul, su capataz, quien se llega hasta la capital para advertirlo de los problemas de Upa, el hermano del tehuelche, un eterno y desmesurado niño a quien su padre, avergonzado en una movida espartana para preservar el honor familiar, había encerrado en una cueva pues carecía de la fuerza familiar y no había visto su primera luz al grito de¡Huija!.
De pocas luces y sólo capaz de decir “turulú”, con el paso del tiempo sus rasgos de débil mental se irán atenuando aunque nunca perderá su timidez y sus dificultades foniátricas.
Entre faraones y atlantes
Por El águila de oro, publicada en 1936, conocemos el origen mítico de Patoruzú, último descendiente de la dinastía Patoruzek, originada en los faraones egipcios quienes llegan a la Patagonia en tiempos inmemorial, tras la boda entre Patoruzek I y Patora la Tuerta, princesa atlante de Napata, primeros ancestros conocidos de nuestro indio.
Ya estamos frente al personaje definitivo: musculoso, firme, de gigantescos antebrazos y un húmero protuberante articulación en el codo. Pies desmesurados con un pulgar gigantesco y una melena negra con vincha y pluma. Un eterno poncho amarillo, pantalones de botamanga arremangada, ojotas y un par de boleadoras que domina con maestría.
Capaz de patear un centro y cabecearlo él mismo, parar disparos con el pecho o puñaladas con la mano su autor precisa que “el poder sobrehumano del indio Patoruzú, emana de una misteriosa fuente de energía que proviene de lo más recóndito de sus orígenes”.
En ese sentido, precisa que “traspone las fronteras de lo humano para transformarse en un símbolo del bien”, y aunque recomienda al guionista no abusar de recursos “inverosímiles” para no alejar al lector “del clima de realismo”, pone de relieve que “Patoruzú sale invariablemente en defensa del débil y por una causa noble se juega íntegro” sin reparar en “en las trampas que puedan tenderle la serie de truhanes que le salen al paso”
“Es como si toda la enigmática fuerza de su raza, de sus antepasados, acudiera en su auxilio cuando necesita de esa arrolladora energía para hacer triunfar el bien sobre el mal. En el fondo, su condición de imbatible no es más que un símbolo, si se quiere, esotérico y mítico”, concluye
Pero no todo es color de rosa. Su enorme nariz, un rasgo de su herencia, será su cruz, la que lo convenza de su espantosa fealdad y lo vuelva aún más ingenuo ante cualquier fémina que le muestre interés.
“Patoruzú no debe permanecer marginado de la relación normal hombre-mujer. Cuando lo requiera la exigencia argumental, Patoruzú se revelará ante el lector como permeable al atractivo femenino y, si su impulso es conducirse de acuerdo a su sexo, su complejo de fealdad física y su pudor ante el sexo opuesto le impondrán cierto freno a sus exteriorizaciones amorosas lo que, bien manejado, puede dar lugar a incidencias humorísticas. Estas situaciones deberán ser tratadas por el guionista con tacto y buen gusto”, los terrores del personaje no eran otra cosa que los pudores de su creador..
Generoso hasta el espeluzno de quienes lo rodean, su fortuna es tan infinita como tentadora para estafadores, taimados y tramposos que intentarán -vanamente- alivianarlo de sus bienes, muchas veces en complicidad con un Isidoro que, más temprano que tarde, se arrepiente y ayudará a perseguir a los malos.
“Patoruzú es el hombre perfecto, dentro de la imperfección humana, o sea que configura el ser ideal que todos quisiéramos ser. La bondad de este indio noble puede alcanzar límites insospechados, pero no confundamos su credulidad y su ingenuidad con la necedad del lelo. Generoso hasta el asombro, su inmensa fortuna es, antes que suya, de todo aquel que la necesite”, postula el canon.
Un año después aparecerá Pampero, potro indomable que sólo se deja montar por el cacique tras dos días con sus noches intentándolo, y la Chacha, su criadora, de permanente cachimbo y perfectas empanadas. Por su parte, Isidoro, adquiere el apellido y la estirpe de los Cañones, a través de su tío, un coronel aristócrata y conservador.
Esos cambios fueron fruto de la gran popularidad que había adquirido la tira que desde 1936 se publicaba en colores a través de una página del semanario Mundo argentino y de muchos diarios en las diferentes provincias de la patria.
También aparecerá un ecléctico y recurrente elenco de enemigos entre los que se destacan el brujo Chiquizuel y su nieto Chupamiel, quien reclama vanamente la herencia de los Patoruzek, el gitano Juaniyo, y el mismo Mandinga en persona que se anuncia a través del olor a azufre cada vez que se siente agobiado ante la bondad del cacique.
Los malos de la serie son un excelente indicador de la ideología de Quinterno que roza lo xenófobo en su estereotipación que parece dictada por la frenología lombrosianas. Un enigmático multimillonario indio, conocido como el japonés Miko, un negro apátrida apodado el honorable John, o el pirata. Mientras tanto, los judíos aparecen como pérfidos, codiciosos y miserables como Popof, un usurero que alimenta los vicios de Isidoro. También habrá para chinos y turcos, en una tendencia que irá decayendo con el tiempo al tornarse ese tipo de ideologías en una marca negativa que, sin embargo, persistirá con firmeza.
Con historieta propia
“Ya me tenís cheu, jineteando una revista crioya hasta los carucuses que como siempre, está pa’vos, juntito al corazón, í ansina lo he soñado y ansina ha di ser, e canejo!”, se presentó, nuevamente, el cacique el 12 de noviembre del 36 en Patoruzú, una recopilación de historietas en color de nuestro Quijote -como lo llamaba Isidoro- a la que se sumaban otras historietas y notas de actualidad. El mensuario en tono jocoso. Nacida mensual, a partir del número 7 (4 de mayo de 1937) se convirtió en quincenal, y desde el 29, (4 de abril de 1938), pasó a ser semanal, una regularidad que mantuvo hasta el 30 de abril de 1977, cuando apareció el 2045, su último número.
Su primer ejemplar no duró ocho horas en los kioscos y llegó a tirar 300.000 ejemplares.
“El indio Patoruzú es un símbolo, símbolo universal en el que se conjugan todas las virtudes, inalcanzables para el común de los mortales”, instruyó Quinterno a sus guionistas.
Quinterno aplicaba el método estadounidense en el que se producía en equipo, una ruptura con el sistema local de tipo individual y artesanal. En la editorial de Avenida de Mayo al 1400 llegaron a trabajar 300 personas, unas hacían las letras, otras los bocetaban, algunos coloreaban… y allí don Dante, el primero en llegar y el último en irse, dirigiendo todo.
La lista de colaboradores es compleja pues convivían nombres y seudónimos pero entre ellos se puede encontrar ilustradores como Oscar Blotta, Roberto Bonetto, Fernando Roberto Cao, Guillermo Divito, Eduardo Ferro, Adolfo Mazzone, Raúl Roux, José Luis Salinas, y Tulio Lovato el responsable de la imagen canónica del indio. Entre los redactores sobresalían Rodolfo Cárdenas Behety, María Esther del Grosso, Félix Daniel Frascara, Enrique González Tuñón, Conrado Nalé Roxlo, Sixto Pondal Ríos, Abel Santa Cruz y César Bruto.
A fines del 37 apareció el Libro de Oro de Patoruzú, un imprescindible de los fines de año durante décadas y cuya compra y regalo indicaba el comienzo del verano. Durante décadas, Quinterno se reservó para sí el dibujo de sus tapas. Esa aparición era consistente con el ejemplo que Quinterno había recibido de sus pares estadounidenses y que lo inspiraron a comercializar todo tipo de licencias basadas en la figura de Patoruzú: desde almanaques y juguetes, hasta la producción de un cortometraje de 15 minutos, llamado Upa en apuros; que fue dirigido por el ex Metro Goldwin, el chileno Tito Davison y dibujado por Blotta, cuya calidad cinematográfica fue de las más altas logradas por la animación local.
El corto se estrenó junto con La guerra gaucha, de Artistas Argentinos Asociados, la idea de Quinterno era filmar un largometraje animado, pero tuvo que hacer un corto por falta de celuloide debido a la Segunda Guerra Mundial, aunque su trabajo fue elogiado por el propio Walt Disney
Intervalo celta
Hubo un niño nacido en la Francia de 1926, quien al año de vida se traslado con su familia a vivir a Buenos Aires. ¿Su nombre? René Goscinny y su forma de vivir las horas no era otra que leer historietas, en especial, Patoruzú.
René anuncia a los cuatro vientos que, un día, será dibujante. Tenía 17 años cuando murió su padre y él decide marchar a Nueva York y , luego, de regreso a Francia, pese a que su familia sigue en la capital argentina.
En su tierra natal junto con Uderzo, crea una historieta, son las aventuras de un indio de fuerza descomunal, patón y norteamericano llamado Oumpah-pah. En 1961, la dupla creará la historia de una pequeña aldea gala que resiste las legiones de César y a la que bautizarán Asterix y editará millones de ejemplares y una docena de películas.
“Argentina es el país de la infancia de Goscinny. Es divertido ver que dejó un recuerdo. Me mostraron la escultura de los indios Patoruzú y Upa, dos personajes emblemáticos de una historieta argentina de los años 1930. Seguramente siendo niño leyó esa tira, y debió influir en él para sus propios personajes”, admitió el actual guionista de Ásterix, Jean-Yves Ferri.
El fenómeno que crece
Las tierras del Plata se les quedaban cortas a Quinterno quien decidió expandirse en espacio y tiempo. Fue así que entre 1941 y 1948 Patoruzú tuvo una versión en la lengua de Shakespeare en el diario liberal neoyorquino P. M. una de las tantas publicaciones del magnate Marshall Field III, mientras que en 1946 dos números de The adventures of Patoruzú, fueron editados por Green Publishing.
Asimismo, y a partir de octubre de 1945, empezaron a publicarse episodios sobre las correrías del cacique durante su infancia, ése fue el embrión de Patoruzito, una publicación en la que el ahora niño tehuelche era acompañado por Isidorito y Pamperito en una serie de correrías concebidas por Tulio Lovato y Mirco Repetto.
Considerada una de las mejores revistas de humor del siglo pasado, Patoruzito competía con Rico Tipo al conjugar series como el Vito Nervio de Emilio Cortinas, primero, y, Alberto Breccia, después, con tiras cómicas como Langostino de Eduardo Ferro. Además, presentaba historietas extranjeras como la mítica Flash Gordon.
En esa época, los problemas y la persecución que derivaron en el cierre de la satírica revista Cascabel por parte del gobierno de facto nacido del golpe de estado de 1943, primero, y por parte del peronismo, después convencieron a Quinterno de dejar de lado la política para siempre.
Sin embargo, Patoruzú agudiza su nacionalismo y desconfianza por lo foráneo. Una postura que haría que Quinterno niegue la imagen de Patoruzú para la primera Bienal Mundial de la Historieta, que el Instituto Di Tella organizó en Buenos Aires en 1968.
La independencia
El 16 de octubre de 1956 será el día en que las aventuras del indio Quijote dejen las páginas de los diarios. Las grandes andanzas del indio Patoruzú, pasarán a llamarse Andanzas de Patoruzú y tendrán una revista propia que se alimentará de la recopilación de las aventuras ya publicadas.
Para ésa época ya se podía hablar de un léxico patorucístico, compuesto de vocablos llegados de los cuatro confines de la patria. Expresiones como los criollos ¡ahijuna! y sotreta los quichua amalaya, velay o tata, el lunfardo canejo, se combinaban con el mapudungun chei, el hispánico conchabo, el guaraní gurí, el pampino ¡huija!, el africano Mandinga, el virrreynal patacones o el trasandino.
La partida de Divito el dibujante estrella de la editorial para liderar el proyecto de Rico Tipo resta influencia a las revistas de Quinterno cuya recia moral le impide poner en viñetas su humor pícaro, con chicas de escote suculento y un guiño sexy. Como diría Félix Luna: “La Argentina del primer peronismo era una fiesta” y ya no hacían falta tantos Quijotes como en los desolados años 30.
“Patoruzú es un hombre puro, simple y sencillo; sobrio, estoico, buen creyente y, aunque seguro de sí mismo, sumamente modesto. Es extrovertido y de una aguda sensibilidad, dentro de su marcado carácter masculino. Sin necesidad de caer en lo ‘sexy’”, indicaba Quinterno a sus dibujantes.
En 1959 aparece Patora, la otra hermana de Patoruzú a quien creían muerta tras una viruela que la atacó en Punta Arenas, hogar de su abuela Patora Grande quien, en realidad, la había internado en un convento para que termine la primaria. Fea de solemnidad y enamorada de Isidoro, no acepta un no por respuesta romántica y se enreda con cuanto malandra pasa por lo cual su hermano debe rescatarla para remitirla, nuevamente, al claustro de donde, invariablemente escapará.
1968 será el año en que el padrino tenga su propia revista: Las locuras de Isidoro, donde el playboy acompañado por Cachorra se codea entre boites para sufrimiento de su tío el pundonoroso coronel Urbano Cañones quien intenta vanamente convertir al “tirifilo mequetrefe” de su sobrino en un hombre de provecho. “Pelafustán” y “botarate”, serán dos adjetivos memorables con los que el “oxidado carcamán” calificará al “tarambana” de su sobrino.
El fin de la historieta, la pervivencia del mito
Los 60 fueron el canto del cisne del tehuelche, y a partir de los 70 languidecería hasta que en abril de 1977, se publicó su última aventura . De allí en más, seguiría un loop de reimpresiones con apenas algunos retoques de forma, como, por ejemplo, el nombre de algún actor de moda, o el signo monetario. Fue la época de la Selección de las mejores Andanzas de Patoruzú.
En 1976, la dictadura intentó erigirlo en emblema nacional y promovió su imagen hasta que los sectores más imbéciles del Proceso lo consideraron una amenaza al estimar que sus predilección por los desprotegidos era una incitación al comunismo. Sin embargo y pese a que Quinterno no concedía entrevistas desde 1931, en junio de 1977, la revista Somos consiguió una exclusiva con el cacique. “¿Cuál es la mejor manera de construir un país?”, le preguntaban. “Tirando tuitos del mismo carro y pal mismo lao”, fue la previsible respuesta.
Si bien la circulación y venta no dejaba de caer, la popularidad del personaje siguió siendo importante. Protagonista de banderas futboleras, mascota involuntaria de viajeros a Bariloche, o imagen oficial de la conmemoración de los cinco siglos de la llegada de Colón a Guanahani.
Con 93 años lúcido y alejado, Quinterno murió en 2003, pero su personaje lo sobrevive e integra el salón de honor de la muy abundante producción argentina de historietas.
UPA en apuros
Continuará
Un programa de Juan Sasturain sobre Dante Quinterno y Patoruzú por Canal Encuentro.